"Hay quien nace purasangre,
Cosa buena, cosa mala
Cosa buena, cosa mala
No es cuestión de raza
Más bien suele ser carácter" (Pau Donés)"
Me llamaste con urgencia, como si necesitaras un abrazo para sobrevivir. Así que no llegué a tener tiempo apenas de mirarme en el espejo y salí corriendo en tu búsqueda, tenía que salvar tu vida. Tú, enjaulada entre horarios de hospital, tenías la mañana libre. Yo activé la comunicación no verbal que se hizo carne al desvestirnos, ese silencio de sexo con ruido ambiente. Antes del segundo asalto intenté hablar: "Déjate de tonterías y fóllame" me dijiste al oido. Como y siempre hago caso a este tipo de sugerencias. Al terminallo, con ese saber hacer que sólo tú tienes, te pusiste mi polo, saliste a fumar por la ventana y durante unos minutos actuaste como si no estuviera, sabiendo que estaba admirando tu orgullo creado a base de sentadillas. Luego tu esculpido cuerpo de metro ochenta decidió sentarse encima de una silla giratoria, abrazaste tus rodillas, guardaste distancia, mirándome medio distraida, haciéndote la dura. "Y que cuando salíamos no hiciéramos esto" me dijiste. Es verdad, dos décadas antes no hacíamos nada, sólo nos besábamos, paseábamos entre risas. Pero cuando nos volvimos a encontrar nuestros cuerpos encajaron a la perfección, como si estuvieran hechos para estar abrazados el resto de nuestra vida. Ya no tenemos que cruzar la frontera de la confianza, no tenemos que destripar nuestros más íntimos secretos, no tengo que realizarte promesas de amor, sólo disfruto de un último combate con tus palabras de amor que me elevan y me voy despedido por tus besos.
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