martes, 20 de agosto de 2019

Amor de Altura


Y estabas allí, desnuda frente a la pared de colores, delante de frases de poesías desconocidas, lista para amar. Después el atardecer acarició mi espalda mientras estaba dentro de ti con calor y energía, mientras tu pedías que te amara más, que no parara ni un instante. Me atraías hacia ti una y otra vez mientras los rascacielos, testigos de nuestros abrazos, reflejaban la luz y parecían envidiarnos. Fue entonces cuando comencé a memorizar cada una de las partes de tu cuerpo, cada curvatura, cada centímetro de tu piel. Cuando comencé a oír el piano en mi cabeza, esa melodía trágica y alegre a la vez, que jamás había escuchado. Cuando instantes después nos relajamos entrelazando nuestros cuerpos quería detener el tiempo, ese que nunca acierta con el deseo de las personas, porque la felicidad es hacer cosas que dan sentido a nuestras vidas pero siempre nos falta tiempo. O sobra cuando deseamos volver a ver a alguien después de una ausencia. Y tu, mi felicidad ¿Dónde estarás ahora? ¿Cuándo te volveré a ver? Tendré que soportar día tras día esta incertidumbre, ese cielo gris. Hasta que volvamos a vernos, hasta que vuelva a oír tu voz llamarme con diminutivos, hasta que coincidamos bajo el cielo de Berlín. Estas lejos, sin duda, porque mi voz te llama y no me escuchas, hasta que vuelvas a oírla, bajita, bajo la quietud de las sábanas. Hasta que las palabras se conviertan en promesas, y las promesas, en sueños. Entonces te cogeré de la mano y pasearemos por la calle como si estuviéramos juntos desde siempre. 

martes, 6 de agosto de 2019

Risas nocturnas de amor

Levanté la vista y allí estabas: Con tus piernas infinitas, tu sonrisa bobalicona, buscándome por toda la calle,  pasando por delante varias veces sin verme. Levantaste el brazo sin soltar el bolso, y el asombro de tu sonrisa iluminó el atardecer. Nos interrumpíamos al hablar, no dejabas terminar mi relato y preguntabas sin parar, descolocándome a cada instante, como si fuera un juego. Un juego en el que, sin duda, ibas ganando. Y cada vez que lo hacías tenía más y más ganas de abrazarte, como dos personas íntimas que no se hubieran visto en mucho tiempo. Y sin embargo, era la primera vez que te veía. O quizás te conocía desde siempre. Todo dio igual cuando rocé tus dedos, cuando apreté tu mano, cuando pude admirar tu cuerpo de cerca. "¡Es medianoche!" exclamaste asustada.  Entonces creí que el hechizo se iba a desvanecer, que eras Cenicienta con tacones, y te apreté la mano con firmeza, como si hubiera vuelto a la adolescencia. luego el abrazo interminable de despedida, con esa sensación de alegría, de saber que todo sucede por alguna razón, y que nos íbamos a reír mucho en un futuro inmediato, porque puede que nos conociéramos desde siempre, pero estábamos destinados a encontrarnos en ese el momento exacto de nuestras vidas, como si conocernos estuviera en una antigua lista de deseos.