lunes, 24 de noviembre de 2014

Esquivar las balas, ponerse el sombrero a tiempo y obviar el deseo

Hay que tener mucha habilidad para esquivar las balas en la vida. Mi padre lo llamaba "ponerse el sombrero a tiempo". Y es que el hombre construye límites que el mismo no desea cumplir, pretendiendo crear un orden dentro del caos. El ejemplo más claro está en el deseo. Existen normas en casi todas las culturas del mundo en referencia a la fidelidad de la pareja, y nuestro propio instinto defiende tal idea a la vez que desea a otras personas. Lo mismo sucede con la riqueza. La mayoría critica en menor o mayor manera la ajena, pero yo he visto a comunistas jugar a la lotería. 

Esquivar la bala no es sino seguir los propios instintos y la libertad es tan necesaria en la vida como respirar. Degustaba un maravilloso buey a la piedra -para mí, la mejor carne del mundo- En Las Costillas, en el Pueblo de Vallecas. Un local con solera cuyo olor a brasa recuerda a tiempos pasados. y el pensamiento filosófico seguía en  mi cabeza. ¿Porque prohibimos el deseo? ¿Para qué? La humanidad niega su condición. 

Recordé entre copa y copa, el funeral de la madre de un amigo hace años. Aquel día tuve más que miradas con una de las allí presentes. Cuando se mordió los labios levemente mientras me miraba con sonrisa picarona, descubrí que tendríamos que abandonar a nuestro querido amigo antes de tiempo. En la cafetería del tanatorio -lugar donde se cuentan los mejores chistes de todo el país- Terminamos apartándonos del grupo. Pedí un Cardhu on the rocks y ella pidió lo mismo. Eran las siete de la tarde. Nos lo pedía el cuerpo. 

Fruto de rodearnos de la tristeza durante horas, del ansia de los vasos de whisky inacabados, o del calor que se sentía bajo las sábanas, hicimos gala de lo mejor de la condición humana. Nunca me sentí culpable, ella tampoco. La volví a ver años después, aparcando su vehículo cerca del mí. Su sonrisa al verme enviaba un mensaje claro: Recordaba todo lo vivido en un momento prohibido. 

Y es que no hay nada que mueva más la pasión. Y nadie hay responsable de nuestra felicidad. Y lo olvidamos al despertar, poniendo límites a nuestros sueños

miércoles, 12 de noviembre de 2014

Artemisa

36 Años.

El Artemisa es un vegetariano de calidad que parece escondido. Por las mesas aparenta ser un lugar de comida casera.. Una cerveza de trigo ecológica, con su sabor característico que se degusta tanto como el vino. Escalopines de seitan. Croquetas de zanahoria. Hamburguesas de soja. 

¿Hay algo más?

La oscuridad, que me da la luz. Hay personas que son luz en la oscuridad. Otras son un buen cobijo para el exceso de luz erróneamente distribuido. Porque mi vida es luz. Hace años llegué a la conclusión de que si vivo en otro país me da igual si hace frío o calor, pero las horas de sol son fundamentales. Y las personas que te ayuden a distribuir esa luz, también. 

¿O acaso creen que yo comería Hamburguesa de Soja sino hay una fémina de por medio? 

Madrid es una ciudad que tiene esa magia. Puede hacer frío o calor, ser invierno o verano, pero sabes que cada dos o tres días -o incluso menos- Sale el Sol. Y te ilumina. Yo nací para vivir en el desierto tanto como nací para soñar despierto. El desierto del Negev con sus rocas,  El del Sahara con su arena dorada,  El de Wadi-Rum que se asemeja a Marte. El desierto lunar de Lanzarote. Pero desierto al fin y al cabo. 

Para junglas, los momentos de besos y abrazos, de sueños compartidos, de taparte con el edredón, de soñar. Cada noventa minutos nos despertamos diez o quince segundos. Luego al despertar no lo recordamos. Ojalá todo en la vida fuese así de fácil. 

Por eso necesitamos un regazo en el que descansar la cabeza y olvidarnos de todo durante unos minutos, o tal vez unas horas. Parar el reloj. Respirar despacio. 

Y sonreir