martes, 21 de julio de 2015

Ensoñación - O no

Congoja.

Sujetándole la mano, pude ver, de manera nítida, mi imagen en las pupilas de ella. Habitaba en ellas una mirada limpia. Comencé a escucharla,  su lenguaje claro, sus anécdotas. Es lo maravilloso de las relaciones humanas -y en particular, de las relaciones de pareja- redescubrir el mundo a través de los ojos de otra persona. Hablaba de educación emocional, de matemáticas, de sentimientos, de amor. Y yo mientras, mientras me perdía en sus ojos, me iba enamorando lentamente, segundo a segundo. Sin darme cuenta. Quizás hable demasiado -como siempre- pero ella me miraba, atenta, escuchaba cada palabra, sonreía dulcemente una y otra vez. Repetía lo que yo decía si opinaba lo mismo, como si lo estuviera memorizando. Mis historias no parecían incomodarle por muy extensas que fueran. Parecía disfrutar con cada detalle, con cada sílaba que salía de mis labios, me miraba con tal atención que me iba poniendo más y más nervioso. Mi forma de combatir los nervios es hablar más y más. Así que mis palabras parecieron tornarse en un programa de radio aderezado con movimientos de manos y brazos. 

Y De pronto, apareció un piano. 




El amor es esa fuerza tan poderosa que nos atonta y nos transporta a un mundo perfecto. Al igual que el buen cine, ese en el que durante dos horas los problemas son de otros, sentir el amor, hallarse junto a la persona amada hace desaparecer, por un instante, todas las preocupaciones y todas las dificultades que la vida entraña. Por eso pasa el tiempo tan rápidamente, como si estuviéramos en otra dimensión. Quizás es otra dimensión. Y cuando llega la hora de despedirse de la persona amada, aunque sea sólo por unas horas, el pulso acelerado no cesa. Nos envuelve una leve ansiedad. No queremos dejarla marchar. Segundos que se convierten en minutos. Minutos que se convierten en horas. Esa sensación de irrealidad. 


Algo maravilloso.