jueves, 4 de agosto de 2022

Nieve en agosto




 El otro día me volví a ahogar, soñe que estaba sólo, en un bosque de tono azul oscuro. Respiré en una bocanada de aire profunda y volví a la vida, con mi hijo a mi lado respirando ajeno a todo lo que sucedía. De repente despertó, levantó la cabeza y me miró en la oscuridad de la noche. Basta eso para volver al desconocido mundo de los sueños, al que todo el mundo encuentra explicaciones. Tengo la piel de gallina y no es por el frío. Cierro los ojos y oigo la música atmosférica de Jeremy Soule, música de invierno en estación opuesta. En la vida no nos pueden quitar nuestra libertad, ni nuestros recuerdos, ni la música que nos hace seguir vivos, que resuena en mi interior mientras me agarro a la vida en respiraciones lentas, para volver al ritmo que me permita cerrar los ojos para volver a abrirlos. Quien ha amado sabe a lo que me refiero: Cuando llega la noche nos sinceramos involuntariamente porque sólo queremos volver a ver la luz del día y ese es el precio: Guardar lo sentido es aguardar la muerte, y para mí, que amo vivir, es algo inconcebible, pues no paro de hablar para defender la timidez que nunca desee tener como mecanismo de defensa. Lucho para poder dormir y comienzo a recordar el manto de nieve que cubrió la ciudad el anterior invierno, recuerdo la nieve del pirineo francés al cruzar el túnel con España, la montaña de nieve en la Marienplatz de Munich, con la que jugábamos  hasta que adquiría un color negro, pese a la oposición paterna. Basilea, la ciudad más aburrida del mundo, mientras nos abrían paso en la nieve para ir a trabajar. Música asociada a copos de nieve que caen en mi mente en pleno agosto. Hacer el amor en un hotel en medio de una ventisca de nieve, donde el calor de los cuerpos hace olvidar cualquier momento anterior, felicidad por contraste, porque la comida sabe mejor con hambre. Lübeck, donde las tormentas de nieve se alternaban con Galernas y nos quedábamos aislados durante días. Quizás sea cierto aquello de que el frío es trabajo y el calor socialismo, pero a mí el frío extremo me produce infelicidad, y, pese a no ser una persona muy sociable, de vez en cuando necesito el ruido de las personas alrededor. Finalmente el frío creado por mi imaginación nivela el calor sofocante del exterior, o simplemente hacer un recorrido por lo vivido cansa mi mente sobremanera y caigo rendido hasta la luz del amanecer.