Volvemos a amarnos en domingo, como siempre cada cierto tiempo, cuando cupido nos da un descanso y sólo queremos saborear sin sentir. Cuando tus viajes y los míos confluyen. Cuando soy libre. Y vuelvo a acariciar la cara más hermosa que jamás tuve entre mis manos. Nuestra pasión secreta, esa que no contamos ni a los amigos más cercanos por miedo a ser descubiertos. Me sonríes y me mientes. Mientes y me sonríes. Me cuentas detalles desordenados de tu vida, como si estuviéramos enamorados y siguiera tu día a día. Que vas a dejar a tu marido, que ya no haces el amor con el. Que hoy te dijo que se iba a El Atazar con unos amigos y sabes que es mentira, porque no madrugó, porque apenas se llevó todos los utensilios de pesca. Que lo único que pesca es una amante en Torrelaguna. Que le dejarías por mí, que algún día darás un portazo y no volverás a verle. Y de pronto las lágrimas brotan de tus ojos mientras aprietas desnuda tu cabeza contra mi pecho. "Eres tan bueno conmigo, no sabes lo mal que lo he pasado" y al escucharte mis nervios explotan. Necesito levantarme de la cama y trato de hacerlo con cuidado, entre besos y caricias. Te dejo hablando sola. Miro por la ventana. Sólo se ve la autopista: Domingueros que van a comprar el periódico, tomar el aperitivo y comer la paella del domingo con la familia política. Vuelvo a la cama, te beso en los ojos para calmar tus penas imaginarias, y vuelvo a entrar en tí. Te hago el amor despacio. Por favor, deja de hablar, por favor, deja de mentir, por favor, deja de inventar. Si fuéramos pareja al año y medio de hacer el amor nos hartaríamos el uno del otro. No lo pasas mal, tu marido te paga todos los caprichos, incluso el todoterreno alemán en el que hemos venido a este hotel. Simplemente quieres cambiar de muñeco porque te has cansado de jugar durante diez años con el mismo. Estás aburrida en una casa enorme sin hijos, y no puedes ni quieres renunciar a un mundo que te ofrece todo sin pedir nada a cambio. Vendiste tu libertad joven, convertida en una mujer florero, ese concepto que siempre odiaste. Pero cuando dejaste de trabajar porque el te lo pidió te advertí que pasaría. ¿Recuerdas la primera vez que te besé? Fue en las escaleras de la oficina, un sábado de hace muchos años. Somos amantes desde entonces. Y desde entonces me cantas la misma canción, intentas darme pena para convertir nuestros encuentros en una novela, buscando dramatismo romántico donde no hay amor. Te deseo, no te amo. El que te ama sin desearte es tu marido, no lo olvides. Y si no es así, es un gilipollas que no te merece. Lamo tu pequeña lengua hasta que se tensa y tu cuerpo tiembla, siento tu orgasmo acompañado de la mayor de las mentiras: Pronuncias mi nombre y dices que me quieres. Y yo, bajo el efecto del vino ignoro tus palabras y saboreo sin sentir, que es a lo que hemos venido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario