domingo, 10 de abril de 2016

La vida se nos va, los amores distintos como estaciones



Desperdicias tu tiempo y mientras la vida se nos va. Yo no tengo tiempo que perder. Me encanta hacer el amor. ¿Por qué voy a estar un sólo día sin abrazar un cuerpo, sin estar dentro de una mujer? ¿Acaso hay algo más hermoso en el mundo? Tu cuerpo es distinto al de las demás, pero es que ahí está la gracia, cada monte, cada pliegue, cada rubor de piel es nuevo, como jugar una partida desde el comienzo, como una nueva estación, como abrir un libro, leerlo despacio y sentir como te enganchas a su argumento. Como contar tus pecas al amanecer mientras murmuras envuelta en los brazos de morfeo. Como frotar la parte anterior de la lenguecita escondida hasta que vibre todo tu cuerpo. Como descubrir por un instante la conexión de la vida con la muerte, olvidarme de tu nombre y no recordar la belleza de tu rostro. Hay miles de personas que siguen en la misma estación toda la vida, esperando un tren que no llegará nunca. Viejos, decrépitos. idiotas. Me he acostado muchas veces con mujeres mayores que yo, mucho más mayores. Ellas afirmaban ser jóvenes, incluso habían nacido muchos años después que yo, pero eran viejas, decrépitas, idiotas. No hay nada más viejo que no saber disfrutar de la vida, disfrutar del propio cuerpo, cumplir los sueños que se tienen despiertos. Parecían querer aplazar la felicidad, pero sólo aplazaban su misera existencia. Una de mis amantes recurrentes, a la que llamaba entre relación y relación, vino un día con muchísima prisa. Tras cerrar la puerta, se iba desvistiendo por el pasillo. "Me muero, apenas me queda un soplo de vida" me dijo con tono suplicante, mientras se echaba al suelo, esperando la acción. Me pidió que le hiciera el amor deprisa, que se moría, que llegara cuando tuviera que llegar. Y tras varias peticiones de aceleración, así lo hice. "Era una fantasía" me confesó minutos después, aún jadeando. "No me estoy muriendo". Yo no contesté. Era una amante, no una novia. No le debía conversación ni ella a mí. Pero ella terminaba siempre forzando la conversación, que resultaba siempre simple, vacía, innecesaria, hasta que yo pronunciaba su nombre, en tono de petición. "Vale, me callo". Cuando el mástil volvía a estar en posición, volvió a la carga, aunque esta vez más despacio. "Joder, que bien lo haces, ¿cómo no tienes novia?" No le iba a contar mi historia habitual de nuevo, ella ya la sabía. Siempre terminaba proponiéndome que fuéramos novios. Le explique que eso acabaría con la pasión, la misma que hacía que cada dos años aproximadamente nos dedicásemos amor mutuo. Que la pasión dura muy poco, se va, languidece. Que un día despiertas y te preguntas "¿Quien coño es esa mujer y que hace en mi cama?". Y ella asentía en silencio. Sin contar el pequeño detalle de que estaba casada y no se quería separar de su marido. Se hallaba sin fuerzas de abandonarle. Una vez alcanzado el nivel de vida Pozoleño, nadie quiere bajar de él, ni por todos los mástiles del mundo. Pretendía presentarme a alguna amiga. Por supuesto me negué. Son viejas, decrépitas, idiotas. 

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