jueves, 31 de marzo de 2016

Refugiándome del amor





Llevo días refugiado en mi mismo, en la felicidad generada por mi soledad y que durará lo que la batería de un móvil sin enchufar. Cada segundo de felicidad es como si encendiera la pantalla. Sonrío, pero pronto la batería se apagará. Pronto dejaré de existir para el mundo. Primero, me apagaré poco a poco. La felicidad dará paso a los tormentos. Después, agotaré las lágrimas en mi interior. Escucharé una melodía triste. La ausencia de sol me ayudará en los lamentos. Atravesaré desiertos infinitos con la mente, con la congoja del que busca y sabe que no va a encontrar. Y amaré, amaré con toda mi alma, hasta que mi corazón primero acelere y luego pare en seco, como aquella vez que me levanté demasiado rápido y me tuve que tumbar en el suelo. Aquella vez vi pasar por delante mi corta existencia. Y que me explicaran que era algo natural no me convenció. Aquel día morí un poco. El vacío en el estómago, las recuerdos en mi mente. No creo en el más allá. Aquello lo ví, lo viví, lo sentí. Como el amor. Sí creo que todos los amantes mienten, fingen, engañan, aunque sea en pequeñas dosis. La mujer más bella que jamás amé, y a la vez mi historia de amor más breve, fue una mentira desde el primer minuto. La cena, que ella encontró exquisita: El Salmón con espárragos trigueros. El vino de aguja. Su coqueteo conmigo durante días, y yo con un salón perfecto que creaba una atmósfera maravillosa para enamorar. La llevé a mi cama entre abrazos, besos y ropa por el suelo. Me entretuve el tiempo justo con en las artes amatorias. Y al salir un instante de la habitación, ella llamó a su novio. Tuve que recogerme el pecho con la mano del dolor que sentí en el corazón. Ella me dijo que suponía que no me iba a importar. Que como una chica como ella no iba a tener novio. Que además estaban esperando. (Y mientras, se divertían con los demás, pensé yo). Asentí serio, sin decir palabra y le indiqué donde estaba la puerta. Me quedé como la Estatua de Colón indicando el horizonte, tal y como vine al mundo, y con el condón usado enrollado en una mano. La pose resultaba cómica y ella empezó a reir, y luego a protestar mientras recogía su ropa. Que si era muy tarde, que si yo era un gilipollas que vivía en los mundos de Yupi. ¡Pero qué coño! (enorme). Me había destrozado y me quería morir. Se fue diciendo que no la volviera a hablar en la vida. Volvió a llamarme gilipollas y desapareció en la noche. A partir de entonces, intentaba adivinar las reglas del juego desde el principio para no llevarme desengaños. Pero las reglas son que no hay reglas. Aunque se esculpieran en piedra no servirían de nada. Basta de tanta angustia. Me bajo en esta estación y no volveréis a verme el pelo. 

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