viernes, 4 de marzo de 2016

Cruzada del Hielo



Lago Peipus, República de Nóvgorod. Año de nuestro señor 1242

Amada mía, Mucho me temo que el objetivo de cristianizar a los paganos bálticos no será posible. Creíamos que la victoria era nuestra, pero de pronto nos vimos atacados por los flancos, así que espoleamos los caballos en línea recta, donde caímos en su trampa: El hielo no aguantó el peso de nuestras armaduras y se resquebrajó. Cuando ordené retirada, ya era demasiado tarde. El relinchar de los caballos y los gritos de dolor parecieron durar horas. Nunca creí en las victorias fáciles, y el señor diome la razón. El Príncipe Alexandr Nevski tiene una gran formación militar, contaba con la protección de los mongoles y probablemente sus espías le informaron de nuestra presencia hace días, dándole el tiempo necesario para que preparara su estrategia. Primero puso en vanguardia a tropas de leva, soldados modernos equipados con armamento rudimentario. Nos engañó vilmente, provocando el enfrentamiento. Cuando llevábamos media hora de batalla, aparecieron de la nada, como si fueran fantasmas. Logré reconocer a las tropas del Khan con sus ojos rasgados y en línea visual parecían al menos el doble que nosotros. ¿Dije que huimos en línea recta? No, amor mío, huimos de forma caótica, no sabía donde íbamos a volver a reagruparnos. El terreno era completamente desconocido para mí. Era huir o morir, aunque en este caso resultara más bien una prolongación de la agonía, unos instantes más de vida. 

Pero no sufráis, he logrado escapar, y volveré a estar entre vuestros brazos. Los Caballeros Livonios me han dado cobijo en Tartu, y tras informarles de lo sucedido, me han pedido que me quede con ellos hasta que lleguen las tropas danesas de relevo. Al parecer soy el único superviviente. El resto han sido capturados por las tropas del Khan o han muerto congelados. Aquí, amor mío,  pese a ser primavera, hace tanto frío que no podemos ni envainar las espadas, de lo contrario se quedarían congeladas en medio del combate. Echo de menos vuestra presencia, que alegra mís días y mis noches. Vuestras historias de palacio y vuestros sonrojos por mis palabras. 


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