viernes, 25 de marzo de 2016

Amor y huida de la Encomienda de Jerez-Ventoso



Pertenezco a la encomienda de Jerez-Ventoso. Soy un soldado pobre de cristo. Recorrí medio mundo conocido hasta llegar hasta aquí. Desde el estrecho de Mesina hasta Haifa, y desde allí, a San Juan de Acre. He luchado en mil y una batallas, pero todas han sido por amor. Tengo el adiestramiento y el dominio de la espada, pero apenas he entrado en combate. Hablan muchas cosas de estas tierras. Dicen que es el paraiso en la tierra. Si así fuera, no se hubieran perdido tantas almas en combate. También dicen que Dios está más con los Sarracenos que con nosotros, que incluso tienen el apoyo del imperio bizantino. Sólo sé que nunca me he sentido más fuerte en mi vida. Mi esposa murió por sobreparto. Su partida no me produjo dolor alguno, pues el amor de mi corazón, caprichoso, se hallaba depositado en otra mujer. Curiosa coincidencia en el tiempo, la desgracia de mi esposa y la decisión de mi amante de dejar de vernos. Ella era la hija mayor de un criador de caballos lusitanos. Su padre me vendió una bestia poderosa, de cuello y cuartos traseros poderosos, de alto paso al caminar. Un auténtico caballo de guerra, me aseguraba. Yo le respondí que por mucho que en la comarca se criaran los mejores caballos de guerra de la península, pronto entregaríamos nuestras tierras a la Corona de León. Y no me equivoqué. El me respondió que antes entregaría su cuerpo. Tampoco se equivocó. Si su caballo me conquistó por su fuerza y su cuello generoso y curvo, su hija me conquistó con su mirar, con esa intencionalidad de las mujeres que se saben hermosas, con ese pestañeo y ese revolotear y hacer en cinco viajes a las caballerizas lo que le hubiera llevado dos, hasta que su padre le llamó la atención.  Monté y marché, con ese dolor en el pecho que produce el amor recién hecho, como el pan tierno cuando el panadero lo saca del horno. Volví al día siguiente para falsamente quejarme de mi montura, y el vendedor, que no era tonto, se sinceró conmigo. "Hay bellezas que están en venta. Os puedo vender otro caballo si deseaís, pero no todo está en venta, y menos a un hombre casado como vos". En aquel momento me resultó un viejo cantamañanas con tanta verdad en una sola frase, y pese a que quizás tuviera razón, como decía mi anciano padre, "Las casas suelen tener dos puertas. Cuando cerrada encuentres la principal, busca la trasera" Y que razón tenía. Monté de nuevo y me fuí, para volver con la Luna llena. Ella dormía en un pajar junto a las caballerizas, y despertaba de madrugada para dar de comer a los caballos. Sólo la luz de la Luna iluminaba su bello rostro cuando la tomé entre mis brazos. Y Así fueron surgiendo decenas de encuentros, con antorchas o sin ellas, pues la luz a veces confunde los sentidos. Y es que el amor un juego que, o te pasas o no llegas. Si no llegas, sufres por ausencia, si te pasas, cansas tu alma y lo eliminas. Ella se cansó de mi amor, sabedora de que todo aquello tendría fin y de que una vida en común conmigo sería imposible. Y partí, herido de una guerra distinta, hacia Tierra Santa. 

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