jueves, 24 de marzo de 2016

Labios que no saben besar



Mientras borro de mi mente tus falsas promesas y tus mentiras, siento que toda mi vida más que sentir he saboreado. Al fin y al cabo el amor no es sino una reacción química. Hay gente que siempre repite los mismos sabores hasta que el paladar no los distingue. Yo gusto de ir cambiando. Cada par de labios saben distintos, pese a que algunos no sepan besar, como los tuyos. Es terrible amar a alguien que besa mal. Es terriblemente difícil no aprender a besar, no saber manejar los tiempos, no saber del mordisquito en el labio inferior. Y no es sólo una cuestión de tamaños y formas, ni de pasión. Saber disfrutar sin prisas, como cuando al principio de nuestra existencia comíamos los primeros platos deprisa para luego saborear lentamente el postre. A veces resulta difícil alcanzar el punto intermedio, siendo más fácil dar con la presión y la frecuencia más abajo en el mapa, allá donde ellas enloquecen, y si la autoestima sigue el ritmo, antes empiezan los movimientos involuntarios, antes la pasión hace que besen sin mesura, como si en ello les fuera la vida. Hacerlo en exceso no parece importar, pues son instantes confusos, donde se confunde el amor con la pasión y donde se pronuncian las mayores mentiras. Pero por eso somos humanos, supongo. Quien no se haya equivocado nunca amando, no ha vivido, sino no sería este un hecho universal, sin el amor y el desamor no tendría sentido vivir. Quizás, la clave esté en el amanecer. Al alba, recogen sus pertenencias desperdigadas por la habitación, dan un último beso, con los zapatos en la mano y cierran la puerta con mucho cuidado de no despertar a los vecinos. El último acto de madrugada queda ya atrás. O puede que antes de salir, y con la ropa ya puesta, permita algo rápido. Pero al igual que comer rápido, ni llena ni sienta bien. Hay que saborear despacio, sino es un bocado perdido, un instante perdido, y la vida es demasiado hermosa y corta como para perder momentos de placer. 

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