lunes, 28 de marzo de 2016

Junta tus piernas con las mías






Fue el invierno más duro por mí conocido. "Junta tus piernas con las mías, así" decía. Ella, de poderosos muslos, parecía ser experta en el Tetris de piernas en las barras del bar. Me miraba abriendo los ojos cada vez que asentía o pretendía argumentar su conversación, bastante plana, que se limitaba a viajes cortos y a personas conocidas. Cinco años mayor que yo,  dominaba en conversación vacía, se creía superior a mi en casi todo y resultaba en extremo pretenciosa, pero era hermosa y la belleza, como decía Cicerón, perdona bastantes cosas. Fue el invierno más duro por mí conocido, sobre todo por el tiempo que pasábamos en el exterior, paseando como si estuviésemos en primavera. Una noche en la plaza de los delfines me presentó a una de sus mejores amigas. Cenamos los cuatro -el novio de su amiga se incorporó poco después, haciéndose el interesante- y de repente ella soltó que era virgen, y que pretendía serlo hasta que se casara con el que tenía a su derecha. Miro al tipejo engominado y el la cogió fuerte y visiblemente la mano en señal de apoyo. El bellezón y yo sonreímos y nos miramos sabedores de las cosas que habíamos hecho. Evidentemente, yo no me creía que aquella mujer con cuerpo de escándalo y sonrisa perfecta no hubiera hecho nada, más que nada porque había descubierto que -al menos durante la juventud- El físico toma las decisiones. La mujer que decía tales cosas es que no había encontrado a un hombre cuya atracción le hiciera perder la cabeza y mandar la falsa moralidad al cajón rancio de la existencia. que es donde tiene que estar. Pasaron los meses y el bellezón me dejó por ser, textualmente, "demasiado bueno con ella". Fue el invierno más duro por mí conocido: Entristecí, pues pensé que nunca iba a estar con una mujer tan bella. Mi padre me lo decía siempre: "Comes con los ojos, hijo". Y era verdad. La primera vez que me lo dijo tenía cinco o seis años y mi cara pegada al cristal de la Mallorquina en una Puerta del Sol con nieve. Al otro lado estaba lo que representa la felicidad a esas edades: los bollos de chocolate, las palmeras, las tartas cortadas en perfecta forma rectangular. Cuando crecemos, el hambre toma caminos distintos, pero nosotros seguimos deseando lo más dulce. Tras la ruptura el bellezón le dió mi teléfono a su amiga para que ella me devolviera algunos objetos acumulados por el amor. Quedamos a tomar café en el ABC. Sonrió al entregarme fotos rodeado de juguetes y con los ojos azules. Intentó consolarme. Trató de desviar la atención de mis penas contándome su vida, de viajes continuos por distintos países y, palabra a palabra nos reunimos entorno a nuestras desdichadas infancias. Yo mientras perdía la vista entre sus muslos, la firmeza de su relato y lo buena que estaba en general. Me cogió de la mano, acarició mi cara previa a las lágrimas. Se levantó y me abrazó. Y sería la energía, mezclada con su perfume, o confundido por él y por sus abundantes pechos lo que provocó que le diera unos cuantos besos seguidos en las mejillas, con igual respuesta. Finalmente decidió que me llevaba a casa en su pequeño monovolumen. Y al aparcar el coche ella me miró. Volvimos al centro, junté las piernas con las suyas durante horas, desayunamos en el mejor hotel de la ciudad y ella no llegó virgen al matrimonio, pues otra cosa que aprendí de las mujeres es que lo que para una es un chico normalito, para otra puede ser un bellezón. 

Y llegó la primavera. 

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