- Todo comenzó porque mi mamá se quebró una gamba - Decía Dani, que sin saberlo, tenía el poder de contar historias espectaculares - La llevé al hospital de La Moraleja, vos sabes.
Claro que sabía. El Hospital de La Moraleja es un mundo feliz: Tiene escaleras mécanicas para subir a las consultas, todo el mundo sonríe porque lo pone su contrato, nadie está preocupado por obtener una oposición y hasta los celadores son guapos. En oposición al clásico ladrillo visto español, todo el edificio está recubierto de paneles plásticos blancos por dentro y por fuera, de forma que al entrar da la sensación de estar en un centro comercial del siglo XV donde no hay feos y el socialismo es considerado una enfermedad infantil fácilmente tratable. Allí Dani se encontró a sus amigos (los latinoamericanos no confían en los sistemas públicos de salud, aunque para ir a los privados luego tengan que estar varias semanas comiendo arroz) esos que posteriormente le enseñarían Madrid La Nuit, las Diosas de la noche que acompañan a hombres adinerados y ebrios. Yo como consultor he acompañado a directivos más de una vez, he visto desfilar muchas Micaelas hasta que algunos de ellos sacaba su abultada cartera de la americana y hacia un gesto para que la chica se acercase: "Te dejo que me invites a cenar, pero no me voy a acostar contigo" decían siempre.
Dani, necesitaba hablar y ser escuchado básicamente porque al no conocer las costumbres de España, los demás no le dejaban. Cuando soltaba su famosa frase, siempre preámbulo de una gran anécdota "Te voy a contar algo" ya se había iniciado el debate y había mínimo dos facciones enfrentadas entre sí, desde el consumo de la barra de pan frente a la baguette o el pan integral hasta el clásico Ribera/Rioja o Real Madrid/Barcelona, pasando por la tortilla con cebolla o sin cebolla, porque los españoles opinamos de todo lo que no sabemos y si es de comida podemos incluso opinar y contradecirnos en la misma frase.
Micaela era una experta de la escucha activa, esa que aprendió como teleoperadora nocturna en una línea erótica en embajadores.
- ¿Quieres línea erótica o tarot, cariño? - Le dijo una señora en la puerta que rozaba los mil quinientos años aproximadamente.
- Disculpe, yo venía por una oferta de auxiliar administrativo backoffice nocturno.
- Claro, claro, sí sí. Pero no. Pasa, por favor.
Eligió teleoperadora erótica porque sólo se tenía a sí misma y tenía que pagar la habitación donde vivía. El trabajo verdaderamente no era muy difícil: Los hombres la llamaban y pedían tonterías, como que bajara al chino a por tabaco, mientras ellos esperaban al otro lado de la línea haciendo manualidades. Inútiles que deseaban mandar a mujeres y sólo tenían cojones para hacerlo a través del teléfono. El Estado obligó a estas empresas a que la llamada durara un máximo de 30 minutos y eso es lo que Micaela decía que tardaba en bajar al chino. Más minutos implicaba más comisión. Cuando recibió su primer sueldo aún no lo creyó, y después de 6 meses trabajando allí se mudó a un piso ella sola.
Caramba con Micaela, creo que es el mejor personaje de la historia, no me imagino dónde llegaría si no fuera por la manía del Estado de salvarnos de nosotros mismos.
ResponderEliminarPrecisamente por la idea del estado de salvarnos de nosotros mismos muchas personas terminan cometiendo crímenes abominables. Lo explican muy bien en Cadena Perpetua, donde Tim Robbins es una persona decente y recta y en una situación kafkiana y gracias al Estado acaba convirtiéndose en un delincuente.
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