martes, 30 de mayo de 2023

Micaela

 




Micaela vivía los fines de semana en un cuadruplex en Miramadrid, rodeada de pilotos y sus amantes, de unos y otros había conseguido una red clientelar estable trabajando desde casa. Dani accedió a ella a través de amigos comunes, que igual  recomiendan bellísimas mujeres que trabajan en casa que otro tipo de servicios. Dani necesitaba ser escuchado por una mujer, como cualquier hombre, necesitaba el cariño que su esposa por narcisismo era incapaz de darle y no le importaba pagar por ello. Ni siquiera los latigazos y gritos molestaban a nadie en aquel lugar recóndito encima de la Terminal 4 del aeropuerto. Ella le pidió una palabra clave de seguridad y el eligió Ezeiza, el nombre del aeropuerto de Buenos Aires y Coronel de la guerra civil de Argentina. Podría haber elegido cualquier otra palabra de sus bromas privadas: Keynesianismo, socialismo, o peronismo, todas ellas peores que la muerte, pero eligió lo último que vió antes de partir a España, el último recuerdo del lugar que le vio nacer y del que tanto le costó irse. Un día estábamos cenando en el quiero y no puedo más pijo de Pozuelo y le llamó su contable de Argentina, audiblemente preocupado: 

- Tenés que pagar impuestos Dani. 
- No.  
- Pero Daniel, si no pagás no podrás volver nunca a la Argentina. 
- Me da igual. 

Dani había encontrado su sitio en Madrid y no quería abandonar mi querida ciudad salvo para irse de vacaciones a la playa, cosa que en su país nunca hizo. Probablemente no hay nada más relajante para un padre primerizo que ver a su hijo pequeño jugar en la playa con la arena, y esa visión bien valía todas las Argentinas del mundo. Dani no paraba de hablar de su hija, incluso a Micaela. Tras terminar su sesión de cueros y gritar varias veces Ezeiza cenaban juntos en el jardín de ella y el le mostraba fotos, orgulloso del parecido, como si fuera su confidente. Ella se reía. Se reía porque le pagaba, porque le pagaba mucho. Dani es una persona que tiende a preocuparse por los demás, incluso por sus putas, así que acababa preguntándole por su vida, y ella, que se sabía todos los trucos, entre secreto y confidencia le llevaba a tomar café a la milla de oro, montados en el Hurtan descapotable, tomando las curvas de la montaña envuelta en un pañuelo blanco y unas gafas de Sol en dirección a la ciudad como si fuera una película de época. Una vez allí era sencillo que la siguiera a las tiendas más caras y acabara comprándole un bolso, unos zapatos o cualquier otro complemento. Un precio muy caro a su soledad no buscada. No es bueno que el hombre esté solo.  


2 comentarios:

  1. Micaela podía mentir pero no engañaba. Qué grande Micaela, a su manera debió hacer más por la redistribución de la riqueza que toda la política fiscal de muchos países....

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    1. No solamente eso Joaquín, consiguió que los ricos le pagaran una carrera universitaria. Eso es distribución de riqueza y lo demás son tonterías.

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