viernes, 9 de octubre de 2015

Invierno y mentiras del amor

El sueño del invierno siempre es el más placentero. Al principio de mi vida, envuelto entre edredones, me creía inmortal. Nada malo podía suceder si allí me quedaba. Fuera nevaba copiosamente, con tono gris centroeuropeo. Cuando crecí descubrí que las palabras más hermosas y más tristes se podían decir en horizontal, y que, las más importantes, también se podían decír bajo de las sábanas, entre susurros. Suelen ser una repetición de falsas promesas, sobre todo cuando les añadimos un para siempre, pues ni somos inmortales ni nuestro amor lo es. A pesar de eso, repetimos una y otra vez las mismas palabras, amante tras amante. Y si hay algo más surrealista que pronunciar un siempre, es pronunciar un nunca. Matadora resulta la combinación de ambas mentiras: "Nunca he amado así a alguien, te querré siempre". La ventaja de haber pasado parte de mi vida entre climas extremos, es que desde el comienzo descubrí lo efímero de la vida. Y si la vida era tan efímera, que no sería el amor. Por eso cuando pasé la primera noche de mi vida llorando por una mujer, incapaz no ya de dormir sino de respirar, no me pilló de sorpresa. Compungido, odié la mirada que me conquistó, las palabras de amor, y las mentiras, refugiándome en la música clásica, varios de los cuales habían sufrido, y mucho, por amor. Beethoven, mandando cartas a su amada, la mujer de un mercader con cuatro hijos, relación que por su propia vergüenza no continuó. Chopin, débil, enfermo y enamorado de una George Sand que le hacía sentir inferior, y que escribió su historia de amor en una novela, donde lo cuidaba "como un gatito enfermo". Mientras el componía las nocturnas, probablemente una de las más bellas composiciones de la historia de la humanidad. "Solo despertará cuando su corazón hoy dominado por la cabeza le produzca demasiado dolor. Que Dios la guíe y la proteja, pues no sabe distinguir entre un afecto verdadero y una adulación". Dijo él. 





No hay comentarios:

Publicar un comentario