La primera vez que vi a mi padre ligar en directo fue de niño, un sábado por la mañana. Le acompañé al banco en el centro. La sucursal estaba en el trastero, en un lugar poco recomendable. Normalmente al ir tan temprano nos encontrábamos algún drogadicto tirado en la entrada, completamente ajeno a nuestra existencia. Mi padre pidió el dinero por ventanilla y me lo iba entregando a mí, como si fuera una caja fuerte: Todos billetes de cinco mil pesetas y todos con la cara de Juan Carlos Rey. Al volver a casa yo los introducía en sobres. Antes de las tablas de Excel estaban los sobres con billetes para echar las cuentas, sobres para la comida, sobres para la caridad, sobres para ropa. Sobres y más sobres. Cual fue su sorpresa cuando le dije que sobraban quince mil pesetas. Eso es mucho dinero, no puede ser, dijo mi padre. Volvió a contar y confirmó mi talento para las finanzas. Volvimos a la sucursal de nuevo, ya pasado el mediodía, llena de gente. La cajera lloraba en una esquina, inconsolable, los compañeros la intentaban calmar asegurando que ellos la cubrían con su arqueo de caja. Mi padre se acercó y ella lo abrazó con efusividad, sabía por qué volvió. Le entregó el dinero y nos íbamos a ir, pero ella insistió en invitarnos a algo enfrente. Creo que desde entonces me fascina desayunar. Ella, guapa sin más, en un momento de la conversación le tocó la mano, bajó los ojos: El gesto universal de todas las mujeres, él me gustas sin palabras. El apuntó su número en un sobre: Otro gasto más.
Relatos de ficción "Captar en lo que se ha escrito es síntoma de lo que se ha callado" (Nietzsche)
miércoles, 3 de noviembre de 2021
La Bondad y el Amor
La primera vez que vi a mi padre ligar en directo fue de niño, un sábado por la mañana. Le acompañé al banco en el centro. La sucursal estaba en el trastero, en un lugar poco recomendable. Normalmente al ir tan temprano nos encontrábamos algún drogadicto tirado en la entrada, completamente ajeno a nuestra existencia. Mi padre pidió el dinero por ventanilla y me lo iba entregando a mí, como si fuera una caja fuerte: Todos billetes de cinco mil pesetas y todos con la cara de Juan Carlos Rey. Al volver a casa yo los introducía en sobres. Antes de las tablas de Excel estaban los sobres con billetes para echar las cuentas, sobres para la comida, sobres para la caridad, sobres para ropa. Sobres y más sobres. Cual fue su sorpresa cuando le dije que sobraban quince mil pesetas. Eso es mucho dinero, no puede ser, dijo mi padre. Volvió a contar y confirmó mi talento para las finanzas. Volvimos a la sucursal de nuevo, ya pasado el mediodía, llena de gente. La cajera lloraba en una esquina, inconsolable, los compañeros la intentaban calmar asegurando que ellos la cubrían con su arqueo de caja. Mi padre se acercó y ella lo abrazó con efusividad, sabía por qué volvió. Le entregó el dinero y nos íbamos a ir, pero ella insistió en invitarnos a algo enfrente. Creo que desde entonces me fascina desayunar. Ella, guapa sin más, en un momento de la conversación le tocó la mano, bajó los ojos: El gesto universal de todas las mujeres, él me gustas sin palabras. El apuntó su número en un sobre: Otro gasto más.
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Nada más seductor que la honradez. Me ha gustado mucho esta historia, y sobretodo ese final de otro sobre más. Es realmente buena
ResponderEliminarGracias Joaquín. No hay nada como la verdad.
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