No se donde dejé mi vergüenza, no sé cuando dejé la mortífera seriedad que se estaba adueñando de mi vida antes de conocerte, antes todo era gris: El asfalto, el cielo, los coches, las caras de las personas con las que me cruzaba, como si Dios fuera un pintor que hubiera usado cien tonos distintos para dibujar el mundo. Gris elefante, gris plata, gris nube. Pronunciar un te quiero era gratis, había decepción en cada respuesta, no paraba de hacerme preguntas. Apareciste en la oscuridad de la noche y me diste tu luz, me abrigaste con tus palabras y me entregaste paz, sentí tanto de repente que no sabía ni mi propio nombre y me escuchaste sin que pudiera pronunciar palabra. Todo parecía nuevo: Oir tus historias con los ojos, oler tus cabellos con los dedos, tocar tu alma con palabras. El amor no tiene por qué tener sentido para tener sentido, pero es lo que da sentido a todo.
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