domingo, 8 de mayo de 2016

Diosa del amor - Amor de Diosa



¿Sabes? Estaba escuchando una de las canciones que me recomendaste y he descubierto que me gustas. Que tu cara me enamora. Que después de darme el primer beso con tu mirada, en vez de pedirme la luna me pediste mis ojos y yo te dije que sólo se los podía dar a tu hija. Me dijiste que eramos demasiado mayores. Y en esos momentos te miré de manera completa y quise trasladarme al pasado, haberte conocido antes, haber conseguido que te enrojecieras antes, para poder clonar tu belleza, para poder evitarte los sufrimientos, las heridas que te hiciste en el amor. La vida es para vivirla en libertad, y es sin embargo el miedo a esa libertad lo que condiciona nuestra existencia. Tu me hablas de que eres una Diosa, y yo deseo que me lleves al Elíseo, para que el tiempo no pase, para que cada vez que hablemos las horas no se conviertan en minutos. Preguntas y repreguntas, escuchas con interés mis respuestas, atrayéndome más a cada segundo, entre risas, besos y abrazos. Escuchas mis lamentos, mis historias, mis viajes sin dejar de mirarme a los ojos, con interés casi infantil, como si yo fuera tu cuentacuentos. Y mientras tanto tu pulso acelerado te recuerda que no quieres sentir demasiado, que no quieres caerte de la nube, que no quieres abandonar el sueño. Mientras yo, con la mirada, sólo pido que tu abrazo dure un minuto más, pues mientras te haga sentir viva, mientras me hagas sentir vivo, no habrá tiempo perdido. No concreto, no establezco reglas, hablo de naturalidad, de besos, de caricias. Si lo feliz que me haces es una equivocación, quiero que nos equivoquemos juntos. ¿Te has fijado? Desnudos somos todos iguales, se dicen menos mentiras y más verdades. Desnudé mi cuerpo ante tí, y durante horas desnudé mi alma. Es la naturalidad la que me hace decirte cosas que podrían hacerte huir de mi cama, y, sin embargo te ríes nerviosa, encantada con mi espontaneidad. Y cuando te digo que es mi mayor defecto, me pides más verdades, más secretos, más caricias. Y cuando llegas, una y otra vez, al climax, te hablo de mordisquear guisantes, de pechos y limpiaparabrisas, de nombres de frutas asociadas a tu sexo. Y tu parece que estés disfrutando de una comedia romántica, ausente de seriedad, llenando la estancia con tus carcajadas. Y entonces, te tienes que ir. Y yo no quiero que te vayas. Y, al vestirte, la habitación se convierte en un plano picado que se va alejando poco a poco, hasta las líneas de crédito, hasta el siguiente capítulo, hasta que nuestros labios vuelvan a chocar en la eternidad del universo. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario