sábado, 14 de mayo de 2016

Desde el Interior del amor



No te tengo en mi corazón, pero quisiera tenerte. Quisiera sentir desde el interior el amor, verte bailar en medio de la calle de madrugada, borracha, loca por mí. Que invites a tu prima a hacer el amor con nosotros como un día prometiste. Recuerdo cuando te daba vergüenza besarme en público, y ahora eres tú la que me exige besos largos en cada despedida. La que me agarra de la solapa y me besa como si no nos fuéramos a ver más. La que, tras unos minutos agarrada a mi mástil me preguntas si me apetece, como si tuviera otra opción. Pero yo sólo tengo deseo en mi interior, un deseo que tu apagas con placer, y que tras unos instantes vuelve con aún más fuerza, hasta que tu lo vuelves a vencer, y así hasta que me olvido del mundo, hasta que tu cuerpo de guitarra se convierte en mi mundo. Tus ojos me vuelven a buscar y yo te pido que pares y calmo tu deseo avivándolo más. Y tu placer parece no tener fin. No te tengo en mi corazón, pero quisiera tenerte. Quisiera poder decirte palabras románticas al oído pero no puedo mentirte. Y lo mejor de todo es que lo sabes y te da igual. Aceptas nuestros encuentros como algo efímero, sin saber cuando será la próxima vez que tiembles entre mis brazos. Por eso no paro de recordarte lo hermosa que eres, una y otra vez, porque aplico la pasión a todos los ámbitos de la vida, por eso me muestro asqueado por el desgraciado que contigo convive y que tu belleza desprecia. Es complicado, me dices. Y es que, después de una década tu fracasado matrimonio sólo te produce angustias que tratas de curar con mis besos. Porque el ya no te mira, mira a otras. Apenas te pone la mano en la espalda o te da un beso maternal en la frente, como si estuviera comprobando la temperatura, mientras tu ardes de pasión y yo te devuelvo al mundo de los vivos. Son los misterios del matrimonio, donde él termina con revistas y amantes y tú con la plenitud de tu cuerpo, cruzada la treintena, con tu belleza plenamente desarrollada, entre mis brazos, mientras nuestros cuerpos se funden en hoteles ubicados en lugares tan estratégicos como pocos turísticos, que parecen llamar al amor desde sus ventanas. Suites con grandes ventanales acristalados desde los que ver la ciudad de lejos y que resultan ideales como punto de apoyo. Cegados por la luz del sol disfrutamos del movimiento, de la libertad de nuestros cuerpos, y nos convertimos en bebidas espirituosas que nos hacen olvidar nuestras desgracias. Yo olvido mi corazón roto. Tu olvidas al gilipollas de tu marido. Y al igual que al ir al cine, los problemas durante unas horas son de otros, disfrutando de un guión improvisado. 

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