Era la calle de las Putas. Y de las Amantes. Y la calle de las Amantes Putas, y de las Putas Amantes. La calle donde los ricos ponían el piso a las queridas, y donde los pisos se alquilan por cuernos y por horas. Casualidad o no, en medio de esa calle se torean los cuernos con soltura y de manera profesional, sean el premio orejas, rabos o los dos. Llegas con tu vestido rojo, que marca tus curvas, de falda mediana, más propio de una boda, y me besas efusivamente, impregnándome no sólo del carmín de tus labios, sino también del perfume. Me llamas tu niño y me miras fijamente con el mismo entusiasmo que días después de decirme que me querías. Sin miedo, sin mirar a los lados. Y yo sigo sin ser tu novio, pues eres la mujer de otro. Pero me callo y disfruto del espectáculo, el del ruedo y el de las gradas. De la faena, de tus caricias, de tus besos y del estoque que en el corazón me clavas cuando me hablas de él. Nos pedimos un par de pelotazos antes de entrar y empiezan a hacerme efecto, mientras tus quejas son ahogadas por el ruido de la multitud, que como es público de sábado, aplaude cualquier cosa. Continuamos la faena en la habitación del hotel, que has vuelto a pagar sin pestañear. Y en la calle de las amantes -pienso- yo soy el otro. Yo soy al que le van a poner un piso. El que llora tu ausencia, el que sabe que tu clase, tu belleza, tu cuerpo es demasiado para alguien tan terrenal como yo. El que se angustia sabiendo que cada noche vuelves a sus brazos sin querer. Que finges felicidad delante de familia y amigos, que os creen un matrimonio perfecto. ¡Ay, Azabache! La primera vez que te llamé así reíste, divertida. Pero el motivo de llamarte así no era tu hermosa cabellera ni tus pícaros ojos negros, que tanto contrastaban con tu piel lechosa. Sino la oscuridad que causas en mi alma, descontrolando mi deseo por tí, acabando con mis ganas de vivir. Y se que ansías escapar de él porque al terminar la faena no me dejas moverme, te quedas quieta, en silencio, quieres que siga dentro de tí, impidiéndome que me vaya. Luego, poco a poco vas susurrándome te quieros al oído una y otra vez, desesperada, llorando, dándome pequeños besos que a mi me saben a fin del mundo.
Relatos de ficción "Captar en lo que se ha escrito es síntoma de lo que se ha callado" (Nietzsche)
lunes, 23 de mayo de 2016
Amor de Ventas
Era la calle de las Putas. Y de las Amantes. Y la calle de las Amantes Putas, y de las Putas Amantes. La calle donde los ricos ponían el piso a las queridas, y donde los pisos se alquilan por cuernos y por horas. Casualidad o no, en medio de esa calle se torean los cuernos con soltura y de manera profesional, sean el premio orejas, rabos o los dos. Llegas con tu vestido rojo, que marca tus curvas, de falda mediana, más propio de una boda, y me besas efusivamente, impregnándome no sólo del carmín de tus labios, sino también del perfume. Me llamas tu niño y me miras fijamente con el mismo entusiasmo que días después de decirme que me querías. Sin miedo, sin mirar a los lados. Y yo sigo sin ser tu novio, pues eres la mujer de otro. Pero me callo y disfruto del espectáculo, el del ruedo y el de las gradas. De la faena, de tus caricias, de tus besos y del estoque que en el corazón me clavas cuando me hablas de él. Nos pedimos un par de pelotazos antes de entrar y empiezan a hacerme efecto, mientras tus quejas son ahogadas por el ruido de la multitud, que como es público de sábado, aplaude cualquier cosa. Continuamos la faena en la habitación del hotel, que has vuelto a pagar sin pestañear. Y en la calle de las amantes -pienso- yo soy el otro. Yo soy al que le van a poner un piso. El que llora tu ausencia, el que sabe que tu clase, tu belleza, tu cuerpo es demasiado para alguien tan terrenal como yo. El que se angustia sabiendo que cada noche vuelves a sus brazos sin querer. Que finges felicidad delante de familia y amigos, que os creen un matrimonio perfecto. ¡Ay, Azabache! La primera vez que te llamé así reíste, divertida. Pero el motivo de llamarte así no era tu hermosa cabellera ni tus pícaros ojos negros, que tanto contrastaban con tu piel lechosa. Sino la oscuridad que causas en mi alma, descontrolando mi deseo por tí, acabando con mis ganas de vivir. Y se que ansías escapar de él porque al terminar la faena no me dejas moverme, te quedas quieta, en silencio, quieres que siga dentro de tí, impidiéndome que me vaya. Luego, poco a poco vas susurrándome te quieros al oído una y otra vez, desesperada, llorando, dándome pequeños besos que a mi me saben a fin del mundo.
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