Nunca entendí la ausencia de palabras. El silencio ha aparecido en momentos muy concretos de mi vida que necesitaba quietud, desconexión, pero el funeral de Dani no era uno de ellos. Lo más duro de morir siempre es para los que te quieren, eso puso mi padre en la carta de despedida: Su billete sólo llegaba hasta ahí. Y ahí estábamos, en el Tanatorio, donde habitan la tristeza, la inquietud, la zozobra, la angustia. Siempre que he venido a este edificio ha sido por muertes repentinas por diversas causas, donde la gente acaba llorando en el suelo pegada a la pared porque nos resulta muy difícil comprender que la vida y la muerte están entrelazadas, siempre situaciones inesperadas. A todo esto había que sumar la autopsia judicial, el calvario de no saber quien había matado a Dani. El silencio se había apoderado de aquella sala, en la que estábamos pocos, sentados, en silencio. Salí y miré llegar la limusina. Rápidamente un señor alto, compacto y uniformado de negro salió a abrirle la puerta. La acompañó hasta donde nos encontrábamos. Era La Mamma. Porque las madres argentinas son Mammas italianas, en abrazo, en intensidad. Nos fue abrazando uno a uno y a cada uno nos dijo unas palabras. "Fuiste muy bueno con el, te quería mucho" asentí con la cabeza. La amistad de verdad es la adulta, y uno no entiende la fuerza de la misma que reside en una camaradería escrita en otro tiempo: Dani y yo podíamos pasar meses sin vernos y retomar la conversación como si nos hubiéramos visto ayer. Llegaron Raúl y Gema, su mujer. Más abrazos. Vaya, Aquí es donde mi madre...Sí, Raúl, aquí es donde velamos a tu madre, es lo que tiene Madrid, es tan grande que los lugares comunes son siempre los mismos , todos nos conocemos y terminando velando distintos cuerpos en el mismo velatorio. Recuerdo aquel día, ya terminando la adolescencia, cuando me llamaron para darme la noticia que tarde varios minutos en comprender. Por la mañana la vi feliz, avergonzando a su hijo en un abrazo de oso fuerte por su reciente compromiso, a Gema riéndose porque le había tocado una suegra risueña, sencilla, sin muchas vueltas. Horas más tarde llegó la tragedia: Un camionero imbécil jugando con el acelerador se saltó el semáforo. Gema vivía enfrente de Raúl, separados por unos árboles, y la madre siempre le decía "cuando llegue el otoño se caerán las hojas y nos veremos por la ventana". Quizás sea lo más duro de la vida, dejar partir a personas que no lo merecen.
Dani estaba allí, pero ya no estaba. La ausencia de los muertos en la incredulidad de los vivos. Andrew me preguntaba como estaba cada quince minutos pero sin preguntar. simplemente levantando la cabeza y sonriendo levemente. La vida no es un ensayo, me dijo. Muy británico Andrew. No, hay que gozar la vida, yo no la entiendo de otra manera.
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