Mary cayó dormida entre lágrimas en el sofá, puse sus pies en alto, le quité las botas, la tapé con un edredón. La calefacción se apagaba cada noche a las 23.30h, pero todavía mantenía la temperatura de la habitación, y al día siguiente era sábado. Le dí un beso en la frente y musitó un "te quiero" de exaltación de la amistad. Me fui a la cama e intenté dormir. Soñé con mi primera noche en Burdeos, ella abrazada a mi, su cabeza en mi pecho, llorando por el mismo hombre, borracha de cerveza en vez de vino. Aquel fin de semana puede describirse como uno de los más surrealistas de mi vida, sobre todo visto en perspectiva, porque ya no creo en la amistad entre hombre y mujer, y porque los amigos que allí me presentó -muy activos políticamente- luego se fueron a vivir a chalets con jardín, nada que ver con el pueblo. Gente que compraba la edición internacional de El País en un quiosco para pasear por la Rue de San Catherine en una bicicleta de titanio cuyo valor superaba los mil Euros y dárselas de modernos. En Francia tienen un termino para ellos: Rojos caviar.
Y a Mary le encantó: Le encantó la decadencia del colegio mayor, que literalmente se caía a pedazos, le encantó la biblioteca Blaise Pascal, que estaba enfrente, donde se codeaba con los futuros mejores científicos del mundo. Le encantó montar en bici, mientras su viejo Citröen se oxidaba y llenaba de bollos por culpa del granizo en el aparcamiento. Le encantó besar a otras mujeres (tunecinas y embarazadas) en los labios, simplemente por complicidad, no por sexo. Y sobre todo, le encanto ser popular: Todo el mundo la buscaba para mil actividades que nada tenían que ver con el doctorado. Por fín estaba siendo universitaria de verdad, se estaba divirtiendo, estaba experimentando, aunque fuera con casi veintisiete años. Estaba descubriendo la libertad sin padres, y una vez la probó no quiso volver a su casa. El domingo siguiente sus amigos tenían planeada una excursión al campo con sorpresa: Setas. Así que mientras Mary y yo comíamos unas lentejas cocinadas con mimo por un servidor, sus amigos corrían colina arriba y abajo como si estuvieran reviviendo un fin de semana de los sesenta, la diversión no duró mucho: Uno de sus amigos tropezó con una piedra ladera abajo y se abrió la cabeza, en el sentido más literal del término. Fue una premonición de su muerte, pocos años después, en un accidente de tráfico.
Pero suele pasar, que ese tipo de amistades (Campamentos, Servicio Militar, Verano) sacadas de su contexto resultaban imposibles de gestionar: Hay amistades que van unidas a un momento y a un lugar, sobre todo donde nadie te conoce y puedes aparentar ser quien no eres. Al volver a Madrid Mary intentó quedar con ellos algún sábado por la noche: Esta vez ya vistiendo con estilo, maquillada, con tacones. Yo la acompañé, fuimos a la Isla del Tesoro y pusieron cara de asco, pero nada como ver la cara de la chica de la puerta del Fortuny, que los miró como si fueran extraterrestres (más por la falta de higiene que por la vestimenta) ellos no entendieron lo de pagar la entrada y el de seguridad los acompañó amablemente a la puerta. Mary me miró, los miró y dijo "Os llamo, a ver si quedamos otro día" acompañando sus palabras de un gesto con la mano, por si no quedaba claro a la vez que me ponía su brazo en mi cintura y entrábamos donde nos llamaban por nuestro nombre. Se río, me dió un beso pijo en la mejilla -sólo uno- y me dijo "Te quiero". Yo asentí con la cabeza. Era un te quiero de complicidad, un te quiero de ellos allí y nosotros aquí. Como decía mi padre: Cada uno en su casa y Dios en la de todos.