sábado, 4 de diciembre de 2021

Amor incrédulo

 


La primera vez que mi padre me llevo a la Sierra de Alicante tenía unos cinco años y mi mejor amigo era un elefante de plástico llamado Tom, que iba conmigo a todas partes. Probablemente sea el último sitio donde un gaditano llevaría a su hijo, sino fuera por el espectáculo de Alcoy y los combates entre moros y cristianos. Ver los coloridos disfraces me hacían sentir emociones, las mismas que luego se reproducen en la edad adulta. Los recuerdos de la niñez, los buenos y los no tan buenos son los que provocan las reacciones adultas, el reflejo del cariño, lo visto y oído, los sabores del verano que de niño me resultaba una estación eterna. Llega un momento que ese cariño desaparece, se transforma por maduración, no necesitamos tanto a los nuestros, creamos vínculos con personas desconocidas con las que formamos familias.  Esta normalidad se demuestra en el test de Lüscher, dónde según los colores elegidos se demuestra la personalidad, sobre todo las conflictivas, que se alejan colores y formas geométricas básicas, mostrando su verdadero ser. Por eso siempre observo como las personas reaccionan ante los colores, como visten y que colores eligen en su día a día, proporciona más información de lo que ellas mismas quieren mostrar. Ropa y gestos dicen siempre más que palabras.



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