miércoles, 22 de diciembre de 2021

Idiazabal

 


Era el acto cotidiano de algún sábado: Veía a mi abuela y a mis tíos, me apretaban el cachete, me decían que cada día estaba más grande (o menor dicho más grandes, en Extremadura se añade una "s" al final cuando se quiere causar empaque en la oración a la vez que se castellaniza la misma, como hacen en Andalucía) y nos íbamos a hacer la compra a un supermercado cercano, más barato que los de la capital. Pero estábamos en el viaje de vuelta y el recorrido no era el de siempre: Los niños identifican los cambios en rutinas como nadie. "¿No vamos a comprar al supermercado?" "No"  "¿Por qué?" "Tu padre le ha dado las diez mil pesetas de la compra a tus tíos, cállate" el resto del viaje lo hicimos en silencio, en aquel Opel Corsa cuadrado sin aire, con un calor sofocante. Pareció una eternidad hasta que me despertaron. Por el olor identifiqué el parking del centro. Supe entonces que esa cena iba a ser especial al instante, no hizo falta que llenaran el carrito. Sobre todo al ver a mi padre  mascullando entre dientes y a mi madre en silencio. De repente se cayó el queso rodando y lo recogí "Idi-a-za-bal", "Idiazabal" respondió mi padre. Sonaba a banquete cuando no identificaba las nombres. "¿Y Por qué le diste el dinero a los tíos?" "¿Tú por qué crees?" Respondió mi padre. Preferí no responderle, que igual me quedaba sin cenar.


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