Siempre digo que esta vida no es sino un continuo transitar entre personas y lugares, que estas son las principales divisiones en mi memoria. Sobre todo los cuerpos de las mujeres en los que habité -pues ellas se convierten, sin hacer nada, en nuestro hogar, ese regazo cálido donde descansar, esa sonrisa que hace que la vida merezca la
pena- Y las tierras que pise, que cambiaron mi manera de ver el mundo. En ambos casos -como decía José Vasconcelos- se comienza con inquietud: La de encontrarse desarmado ante una persona que desde el primer segundo sabes que va a influir en tu vida. La de visitar un lugar que sólo imaginabas, y que nunca es como te imaginabas. El tránsito hacia ambos lugares es tan bonito como el lugar o la persona en sí, y la mente tiene ese poder, ese filtro para hacernos parecer como hermosos lugares inhóspitos e incluso transformar personas que no nos convienen en nuestra pareja ideal. A pesar de ello seguimos con el viaje, porque de lo contrario no viviríamos, porque de lo contrario tampoco conoceríamos a la siguiente persona o el siguiente destino.
Hubo una época en la que me recomendaban ir a un lugar paradisiaco, turístico, de esos que jamás hubiera visitado por iniciativa propia, y al ir al cuarto día me cansé: Sin monumentos que admirar, sin personas a las que preguntar porque estaban allí y cual era la idiosincrasia del lugar sólo pude leer novelas abandonadas en el hotel por otros turistas. Y sin embargo fue ese viaje quizás el que me definió como viajero, pues jamás he vuelto a repetir experiencia (aparte me sirvió para conocer a varios autores de novela negra bastante recomendables) quizás con las personas pasa lo mismo: Huimos de las celosas, de las amantes de exabruptos frecuentes, de aquellas que no respetan la libertad, de todo aquello que nos hizo daño en el pasado, como si fueramos niños con la lección bien aprendida, porque no queremos dejar de ser quien somos ¿Quien no sintió al romperle el corazón que le quitaban la identidad? Somos a quien amamos y lo que atraemos, y nos define tanto como los lugares que visitamos. Podemos equivocarnos una vez, pero al final vamos allá donde somos felices.
Me identifico plenamente
ResponderEliminarTienes un estilo muy personal de contar las cosas, evocador... has dicho algo ("[...]Sobre todo los cuerpos de las mujeres en los que habité- pues ellas se convierten, sin hacer nada, en nuestro hogar, ese regazo cálido donde descansar[...]")que recuerda aquel verso de Machado al decir "y amé cuanto ellas puedan tener de hospitalario"...
ResponderEliminarEstoy pendiente de que me publiquen, si es así te mandaré una copia. Los hermanos Machado eran unos genios, yo no llego ni a la suela de sus zapatos, pero agradezco tus palabras. La paz del hombre se haya en el abrazo de una mujer, no hay otra ;)
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