Buscas con ahínco canas en tu cabeza, subordinada de Odin, pese a que de existir apenas se distinguirían entre tus rubios cabellos. Y es tan grande mi amor por ti que mientras te quejas ante el espejo no puedo sino alabar tus piernas, esas que dices tener regordetas, como otra de tus tantas fantasías, pues bien sabes que el viento te llevaría si no llevases armadura. Aprietas los dientes con rabia sabedora que la gravedad se hizo dueña de tus pechos y que tu vientre no producirá más hijos. Por eso reniegas de la maternidad en voz alta mientras lloras en tu interior. Sé que la última vez que hicimos el amor lo hiciste sin ganas, sin interés, como el que intenta cumplir más que disfrutar, te pusiste encima como si fueras uno de nuestros caballos y no pasaste del trote al galope como antaño, parecías un director de orquesta que no sabe manejar la batuta. Seguramente te resulto viejo, o -aún peor- conocido, pero tú también lo eres, y no te quieres dar cuenta, pretendiendo situaciones de juventud que están fuera de tu alcance. Y pese a todo, guerrera mía, para mí sigues siendo hermosa, y lo seguirás siendo hasta que los pechos te lleguen a las rodillas y también después, porque el calor que ofreces a mi alma al apoyar tu cabeza en mí no se puede sustituir con nada, y tu ausencia es el frío del invierno que con toda vida acaba.
Relatos de ficción "Captar en lo que se ha escrito es síntoma de lo que se ha callado" (Nietzsche)
miércoles, 29 de enero de 2020
Amor de Walkiria
Buscas con ahínco canas en tu cabeza, subordinada de Odin, pese a que de existir apenas se distinguirían entre tus rubios cabellos. Y es tan grande mi amor por ti que mientras te quejas ante el espejo no puedo sino alabar tus piernas, esas que dices tener regordetas, como otra de tus tantas fantasías, pues bien sabes que el viento te llevaría si no llevases armadura. Aprietas los dientes con rabia sabedora que la gravedad se hizo dueña de tus pechos y que tu vientre no producirá más hijos. Por eso reniegas de la maternidad en voz alta mientras lloras en tu interior. Sé que la última vez que hicimos el amor lo hiciste sin ganas, sin interés, como el que intenta cumplir más que disfrutar, te pusiste encima como si fueras uno de nuestros caballos y no pasaste del trote al galope como antaño, parecías un director de orquesta que no sabe manejar la batuta. Seguramente te resulto viejo, o -aún peor- conocido, pero tú también lo eres, y no te quieres dar cuenta, pretendiendo situaciones de juventud que están fuera de tu alcance. Y pese a todo, guerrera mía, para mí sigues siendo hermosa, y lo seguirás siendo hasta que los pechos te lleguen a las rodillas y también después, porque el calor que ofreces a mi alma al apoyar tu cabeza en mí no se puede sustituir con nada, y tu ausencia es el frío del invierno que con toda vida acaba.
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