martes, 28 de febrero de 2017

Cruce de miradas




Y ahí está de nuevo. Ese maldito cruce de miradas cada mañana. Y me digo a mi mismo, eres científico, puedes superarlo esta vez. Es simplemente oxitocina liberándose. Dopamina y serotonina que se libera y tu mente retiene. Odio la dependencia emocional. Odio las fantasías que surgen en mi cabeza cada vez que te miro. Y sin embargo, están ahí, distrayéndome. Y por química termino llamándote un viernes por la noche diciéndote que me he enamorado como un gilipollas. Lo que siempre te dicen los amigos que no digas jamás a una mujer. Mientras tú, al otro lado de la línea respondes distraida, distante, defensiva, desoyendo mis palabras. Te pregunto si puedo ir a verte, porque no aguanto más. No aguanto más chillidos de la otra, mi decisión equivocada. La otra, que llevo meses sin tocar. La otra, pidiéndome amor a gritos, cuando yo quiero mimos entre susurros. Me dices que estoy loco, pero accedes. Y los diez minutos que tardo en llegar se me hacen horas, porque el amor es una maldición que ralentiza el tiempo en las ausencias. Nervioso como un adolescente, no sé que hacer cuando me abres la puerta. Tú me miras con tu sonrisa de siempre, la que hace feliz a todo aquel que te mira. Y me hundes aún más en la miseria cuando comienzas a quitarme la camisa. Has encerrado el perro y ladra nervioso. Hacemos el amor sobre el sofá del salón, improvisando movimientos y caricias. Yo no me esperaba que... Soy ya mayorcita y no estoy para tonterías, me respondes.  Y me diriges, que para eso eres jefa de equipo, y tu cuerpo la hoja de cálculo a rellenar. Pero que haces, déjate de tonterías y métemela ya. Y la vida vuelve a tener sentido por ser ella un cuerpo nuevo, porque en el fondo somos adictos a la novedad. Ese nerviosismo de follar nada más verse sólo existe al principio, y hay que alargarlo lo máximo posible. Tan maravilloso como dormir de día y despertarse a la hora de comer para coger fuerzas. Me despierto y estás tumbada en el jardín, jugando con el perro, vestida con la ropa justa pero desnuda a mis ojos. Me gritas buenos días dormilón, y yo no sé donde estoy, ni quien soy, ni que estoy haciendo. Sólo recuerdo un cruce de miradas que acabaron un capítulo de mi vida y empezaron otro. 

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