miércoles, 22 de febrero de 2017

Fábula: La emoción y la Razón




Cuando te conocí, el mundo me comenzó a dar vueltas, como si toda mi vida hubiera sido un abstemio de emociones y, de repente, decidiera emborracharme en una tarde. Intenté razonar y tu belleza me cegó, fui incapaz de pensar. Y sucedió lo que ninguno de los dos deseábamos pero nuestros cuerpos anhelaban: La emoción se folló a la razón y cuando llegó al orgasmo, prosiguió su búsqueda, como si de un guión se tratara. Una búsqueda sin fin en sí mismo, sabedora que, de tenerlo, dejaría de existir. La razón no entendió el porqué de aquello, así que decidió ir tras ella. Cabalgó día y noche sin descanso por los campos del olvido, del dolor y después, del odio. Fue ahí cuando se encontró conmigo, en el borde del abismo, y le avisé: No sigas, después del odio ya no hay más mundo, date la vuelta. Después de esta línea sólo hay dragones, se llevarán tu alma y nunca volverás a ser feliz. ¿Y la emoción? La emoción había vuelto a la casilla de salida, nunca había estado donde la razón la buscaba. Lista y pizpireta, no estaba en el frío invierno que casi mata a la razón, ni tampoco en el abrasador desierto. Y es que la razón tendrá más conocimientos, pero la emoción sabe de supervivencia. Así fue como comencé a dudar de cada palabra que pronunciaste, de tus múltiples promesas, las falsas, las de placer, las de debajo de las sábanas. Y justo en aquel momento de lucha interior apareciste caminando hacia mí. Vi tu sonrisa, tu mano agitada a modo de saludo, y una sola frase salió disparada de mis labios: "Perdona, se me han atragantado las hipocresías". Después salí corriendo calle arriba. Porque el amor es más que emoción, más que razón. El amor, generalmente, es una putada. 


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