viernes, 17 de marzo de 2017

Perdí el amor que no me diste





Recuerdo: Todo era nuevo. El estar solos en una casa. El pasear desnudos. El disco con las canciones de Mecano. La enciclopedia sobre Andalucía de tus padres en ese pasillo estrecho, lleno de estanterías. Tus palabras, sonidos imperceptibles porque lo único que me importaba era tu cuerpo. No nos amábamos. O quizás sí. Nunca lo tuve claro y mejor que sea así. Eras egoísta. Sólo respondías al placer dado. El que me ofrecías en cines de medianoche mientras veíamos películas de serie B, con la excusa de tener que comprobar si todo me funcionaba correctamente. Me hablabas de un futuro inmediato como si fueras pura contradicción, desde tu atalaya, con la prepotencia de tu edad. Y yo sólo quería besarte, sólo quería hacerte el amor, mientras tu te preocupabas de hacer planes de futuro que a esa edad no me importaban lo más mínimo. Como siempre, las mujeres vais por delante, con esa inteligencia emocional que los hombres empezamos a tener en torno a los treinta. Con llegada la primavera, viste que no me podías cambiar y me dejaste como un muñeco roto. Te cansaste de probarme modelitos, de afirmar que los trajes me sentaban estupendamente. Todo envuelto en una mentira: Yo era el otro, el que te hacía disfrutar en la cama, mientras tu verdadero novio, el futuro empresario de éxito, el niño de papá, el aburrido, te acompañaba a los eventos sociales. Sólo me dejabas cogerte de la mano de madrugada, en calles perdidas por donde nunca pasa nadie. Tu belleza era mi maldición, como el no responder a mis te quieros. La oscuridad y el frío fue una constante, en un invierno que no terminaba, hasta que florecieron los almendros. Y Aquel castillo de naipes se derrumbó. Aquella mirada perdida, aquellas conversaciones que siempre terminaban en un "vámonos", en una huida. Años después nos cruzamos por la calle. Una ciudad tan grande, y sin embargo, tan pequeña. Llevabas un carrito. Les reías las bromas a un grupo de amigos. De repente, me miraste y el tiempo se paró una eternidad. Tus ojos expresaron toda la desdicha del mundo. Y es que para ser libre hay que querer huir de la jaula de oro del aburrimiento y de la normalidad. Añadir un punto de locura. Yo quizás perdí el amor que no me diste, pero tu caminaste por el camino de la tristeza y mandaste construir un adosado. 

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