lunes, 31 de octubre de 2016

De primero, marisco



Llegó un momento en el que tu calidez regulaba los latidos de mi corazón. Sólo necesitaba tenerte cerca, bajo la manta en el sofá, abrazados en posición incómoda, y dejar pasar la tarde entre arrumacos, con algún sonido de fondo. Escondidos entre la naturaleza, perdidos en la falda de una montaña, el repiqueteo de la lluvia era la única banda sonora que necesitábamos para ser felices. Se que todavía repasas fotos de entonces, como si fueras la chica del tren, obsesionada con el pasado y con mi persona. No me quieres dejar marchar en tu mente, poniendo estúpidas excusas. Pero has de madurar, dejar de depender de los demás para dar cada paso en la vida, de tener tus propias ideas, criarlas y mimarlas como si fueran los hijos que nunca tuviste. Has de perdonarte por los errores en el amor, has de perdonarnos a los dos, porque el amor a veces se acaba y no es culpa de nadie. El verdadero amor es amar en los momentos en los que resultamos insoportables. Todos tenemos momentos así. Recuerdo el despertar bajo una parra que colgaba del techo. Era época de vendimia y comí de su fruto como lo hace una persona de ciudad, con una mezcla de felicidad y asombro por despertar con fruta fresca alrededor. Pues así has de vivir tu vida, asombrándote de cada pequeña maravilla del mundo, descubriendo la felicidad. Olvida la época en la que los abrazos y los te quiero eran nuestro día a día. Así como los periódicos nunca cuentan la información que verdaderamente deseamos saber, los humanos somos reacios a asumir los verdaderos acontecimientos. No soy tu capricho, no voy a volver. No voy a volver a tu mirada triste por no saber disfrutar de tu propio cuerpo, no voy a volver a tus complejos. No voy a volver a hacer el amor sin ganas por la tenue atmósfera de tristeza que desprendes. Hace tiempo que elegí ser feliz, sin otra opción posible.



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