No quiero enamorarme de tí porque luego voy a sufrir, pero después de diez años te voy a decir que te quiero. Ese era tu último mensaje, de una estupidez sublime. No me digas que me quieres joder. No me digas que me quieres, joder. Cuando te recogí me quisiste dar un beso en los labios como si fuéramos novios y me aparté. Ser tu amante es la agonía del no amor. No me atrevo a mirarte cuando te desnudas, porque tu cuerpo es tan hermoso que supera mi imaginación, porque tu cuerpo es tan hermoso que no merece desgastarlo con romanticismos. Y no es amor lo que te pido cuando te tumbas en mi cama. Llevabas un año casada con él cuando nos besamos por primera vez. Fuimos demasiado rápido, y en la autopista del amor perdimos el desvío. El que yo consideraba el amor de mi vida había muerto por amarnos demasiado hacía poco, y follarte resultaba algo fresco, pasional, irracional, una delicia. Tu cuerpo era mi paño de lágrimas y, a la vez, la razón por la que la palabra sexo fue inventada. Nunca quise nada más. Luego vino el siguiente desamor, y de nuevo nuestros encuentros en suites acristaladas donde fumabas desnuda en la terraza, con tus tetas provocando a todo Madrid. Todavía recuerdo las risas cuando le abriste la puerta a la botones que llevaba la comida a la habitación. Sonriente, no te miró a tí, pero en mí se entretuvo unos segundos. Cuando le preguntaste si le gustaba lo que veía, se puso roja hasta las orejas y tropezó al salir justo cuando le dí propina. Y eso es nuestra relación: Tropiezos entre desamores, amarnos bajo las sabanas de un hotel del extrarradio, como si en vez de una pija de Pozuelo fueses una Escort de alto standing. Diez años quejándote de tu marido, diez años diciendo que te ibas a divorciar. Llamadas a medianoche que luego se convirtieron en mensajes con el mismo contenido: Necesito verte. Otras van a la peluquería -dices- Yo prefiero tenerte dentro de mí. Y te vuelvo a despedir, te cierro la puerta, pero tu bajas la ventanilla e intentas darme un beso antes de irte. Y mi negativa enciende en tí el amor y apaga el motor de tu coche. Vuelves a arrancar e intentas apagar tus sentimientos, pero al llegar a casa, dices que me quieres. Amantes que se quieren, no me hagas reír. No es que sea arrogante. Simplemente, apareces y desapareces de mi vida como un huracán y yo quiero una relación sin reproches, sin lamentos. Una relación de amor de cuento, de esas que no existen. Y no tengo valor para reconocer delante tuya que soy un soñador, que todo es mentira. Sé que dejarle y empezar una relación conmigo sería renunciar a tu vida sencilla de paseos, charlas y compras con amigas. Ni siquiera vistes a tus hijos.
Relatos de ficción "Captar en lo que se ha escrito es síntoma de lo que se ha callado" (Nietzsche)
viernes, 3 de junio de 2016
Tropezar entre desamores
No quiero enamorarme de tí porque luego voy a sufrir, pero después de diez años te voy a decir que te quiero. Ese era tu último mensaje, de una estupidez sublime. No me digas que me quieres joder. No me digas que me quieres, joder. Cuando te recogí me quisiste dar un beso en los labios como si fuéramos novios y me aparté. Ser tu amante es la agonía del no amor. No me atrevo a mirarte cuando te desnudas, porque tu cuerpo es tan hermoso que supera mi imaginación, porque tu cuerpo es tan hermoso que no merece desgastarlo con romanticismos. Y no es amor lo que te pido cuando te tumbas en mi cama. Llevabas un año casada con él cuando nos besamos por primera vez. Fuimos demasiado rápido, y en la autopista del amor perdimos el desvío. El que yo consideraba el amor de mi vida había muerto por amarnos demasiado hacía poco, y follarte resultaba algo fresco, pasional, irracional, una delicia. Tu cuerpo era mi paño de lágrimas y, a la vez, la razón por la que la palabra sexo fue inventada. Nunca quise nada más. Luego vino el siguiente desamor, y de nuevo nuestros encuentros en suites acristaladas donde fumabas desnuda en la terraza, con tus tetas provocando a todo Madrid. Todavía recuerdo las risas cuando le abriste la puerta a la botones que llevaba la comida a la habitación. Sonriente, no te miró a tí, pero en mí se entretuvo unos segundos. Cuando le preguntaste si le gustaba lo que veía, se puso roja hasta las orejas y tropezó al salir justo cuando le dí propina. Y eso es nuestra relación: Tropiezos entre desamores, amarnos bajo las sabanas de un hotel del extrarradio, como si en vez de una pija de Pozuelo fueses una Escort de alto standing. Diez años quejándote de tu marido, diez años diciendo que te ibas a divorciar. Llamadas a medianoche que luego se convirtieron en mensajes con el mismo contenido: Necesito verte. Otras van a la peluquería -dices- Yo prefiero tenerte dentro de mí. Y te vuelvo a despedir, te cierro la puerta, pero tu bajas la ventanilla e intentas darme un beso antes de irte. Y mi negativa enciende en tí el amor y apaga el motor de tu coche. Vuelves a arrancar e intentas apagar tus sentimientos, pero al llegar a casa, dices que me quieres. Amantes que se quieren, no me hagas reír. No es que sea arrogante. Simplemente, apareces y desapareces de mi vida como un huracán y yo quiero una relación sin reproches, sin lamentos. Una relación de amor de cuento, de esas que no existen. Y no tengo valor para reconocer delante tuya que soy un soñador, que todo es mentira. Sé que dejarle y empezar una relación conmigo sería renunciar a tu vida sencilla de paseos, charlas y compras con amigas. Ni siquiera vistes a tus hijos.
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