miércoles, 1 de junio de 2016

Amor, Sol, Gatos y Maldad de suegros



Orgulloso de mi mismo, entré por la puerta de la urbanización. Era una pequeña victoria, pero victoria al fin y al cabo. Que coño. Era una Gran Victoria. ¿Aquel señor anciano, de moral judeocristiana, hijodelagrandísimaputa, exigiéndome riquezas y ser comedido en mis actos? ¿Aquel sujeto que junto con su maligna mujer, eliminaba tu verbo y te esclavizaba? Era una Gran Victoria. Me quedé quieto en la puerta del portal durante unos minutos, sin parar de sonreír. El Portero se cruzó conmigo: "¡Don Daniel, que feliz se le vé hoy!" Y efectivamente, así era. Dejé pasar un cuarto de hora. Entré y con sumo cuidado, abrí la puerta de la casa. Allí estaban los dos. El de moral judeocristiana tapándose sus partes con una sábana, transparente y mostrando que el Viagra había comenzado a hacer su efecto. Y su amante, una cuarentona más pintada que una puerta y cierta pinta de Escort, digo perdón, de puta. Saqué unas cuantas fotos y te las mandé. Por esta razón no quería tu padre que nos fuéramos a vivir juntos. Siempre dijiste que a tu padre le encantaba tu piso, que una vez jubilado se solía acercar allí por las mañanas. A mi me pareció una actitud ridícula. O bien era homosexual (algo que siempre sospeché, por razones que saltaban a la vista) o bien lo utilizaba como picadero. Los hombres somos simples, no tenemos tantas aristas como pensáis. Y ahora sabedor de haber acertado, no cabía en mi de felicidad, mientras hacía fotos a un anciano que tapaba sus sajonas vergüenzas sin decir nada. Tu gato apareció, y se subió a mi hombro con un maullido, quizás tan feliz como yo. Ronroneaba nuestra Victoria. Era una doble satisfacción, pues tu madre se merece todos los cuernos del mundo. Aquella mujer de maldad infinita, Tan fea como un aborto, que había pagado por matar a tus hijos para no tener que cuidarlos. Tu familia perdía una esclava con nuestra relación, y eso era un lujo que no se podían permitir. No podían permitirte ser libre y tomar las decisiones por ti misma. Recuerdo cuando oía tus pesadillas nocturnas, agobiada por tu falta de libertad. Voluntariamente te quedaste embarazada, pero claro, no habías preguntado a tus padres. Afortunadamente el destino se encarga de los esclavistas. Terminan enfermando de algo incurable y su agonía dura meses, a veces años. Es la venganza del universo a ancianos malignos de falsa moral que, por no saber morir a tiempo, se convierten en niños egoístas e irracionales. Y cuando el destino los encuentre, que será pronto, daré gracias al universo por haberse vengado en mi nombre, y por la sangre gitana que llevo dentro, escupiré sobre sus tumbas, para que sean malditos más allá de este mundo. 

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