sábado, 11 de junio de 2016

Fiebre, temperatura del amor




Ahora, el comienzo del verano me recuerda a tí. Ahora cada grado que aumenta temperatura es un recuerdo imborrable que aparece en mi mente. Tu cuerpo desnudo tumbado sobre la sábana. Tus palabras de amor por la tarde. Degustar la vida mirando tan sólo a tus ojos. Sentir la plenitud dentro de tí. Se que sigues enamorada de mí, secretamente, quizás en un universo paralelo, quizás en mi imaginación. Y al pensarlo un escalofrío me recorre de la cabeza a los pies. Belleza infinita, razón de todos los poemas de amor del mundo. Pero tú no estabas enamorada de mí, sino de la idea del amor. Y por eso, el verdadero termómetro de los sentimientos daba dos medidas diferentes. Ahora estás en los brazos de otro. ¿Te quiere como te quise yo? Lo dudo, pues durante un verano fuiste la razón de mi existencia, poderosa, inalcanzable. El miedo a perderte hacía que terribles pesadillas se apoderaran de mi alma. La tierra se partía en dos, creando un abismo que nos separaba. Tu llorabas al otro lado, te sentabas en el suelo y abrazabas tus piernas sin saber que hacer. La distancia era demasiado grande para saltar y yo buscaba una manera de cruzar, pero la oscuridad te atacaba y te consumía, y tu desaparecías en un grito de locura. El mismo grito que yo reproducía al despertar a tu lado. Entonces te abrazaba y te besaba despacio hasta que conseguía que despertaras, entraba en tí para calmar mi angustia, para comprobar que no eras un espejismo. Y tus gemidos ahogaban mis penas convirtiendo mis pesadillas en sueños placenteros, de esos que odiamos despertar. Repetías mi nombre una y otra vez en el calor de la oscuridad, donde las palabras se convierten en plegarias de placer. limpiabas mis lágrimas con tus besos, con la ternura que sólo da el deseo. Me preguntabas que que te hacía, que donde había aprendido a dar placer a una mujer así. Y yo no te contestaba, entregado a tu cuerpo, porque unidos, nuestros cuerpos eran invencibles, inmortales. Tú me enseñaste princesa. Tu precioso cuerpo de guitarra está bien afinado, tan sólo hay que saber tocar la melodía. Y contigo tarareandóla es aún más fácil. Cuando nos conocimos, estaba recomponiendo las piezas de mi vida anterior y, perdido, no sabía por donde empezar, hasta que tú me atacaste por sorpresa con tus besos de madrugada. Me había llevado meses con cópulas inertes, cuerpos que no inspiraban, mujeres que entraban de mi vida buscando calmar instintos y no corazones. Conducía mi vida acelerado, al igual que ahora hago para escapar de tu recuerdo, para enterrarlo para siempre, porque no eras la mujer de mis sueños, eras la mujer de mi vida. 

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