Felicidad
Tarifa
Atardecer soleado en un mes de octubre especialmente caluroso. La ciudad costera con pocos turistas, sólo algunos alemanes e ingleses despistados o que tienen allí su residencia permanente. Termino de degustar lo que parece un pastel de zanahorias en la Chilimosa. No soy muy dado a la comida vegetariana, pero este sitio me gusta, visita obligada cada vez que paso por Tarifa. El lugar es extremadamente pequeño y he tenido la suerte de conseguir una mesa de puro milagro. El Espectáculo, más que el castillo, lo dan los barcos, y desde ellos, el avistamiento de los cetáceos. A uno me dirijo yo, sólo, como un viaje que por unas horas desconecte mi memoria y abra los sentidos.
Cuando los astilleros de Tánger comienzan a asomar a lo lejos comienza el espectáculo, que parece coordinado por un domador invisible: Primero son un grupo de Ballenas piloto. Luego algunos delfines listados. El motor del barco se para de repente y su silencio desaparece entre murmullos de algunos y asombros de otros. El plato fuerte se acerca. Una pareja de cazadores de atún rojo, poco interesados en el barco hasta que los murmullos se convierten en gritos. En ese momento giran y miran con curiosidad.
Orcas.
La voz del interfono, que se había limitado a emitir mensajes de advertencia y alguna pequeña descripción comienza su relato "las hembras viven el doble que los machos, llegando hasta los 90 años de edad" como seguramente soy el único español de todo el barco, soy el único que se percata de que el sueco que esta leyendo la nota en un español surrealista se ha equivocado de línea al comenzar la descripción. Poco importa. Lo importante está fuera del barco, ese ser inteligente, gigantesco, blanco y negro que nos mira con curiosidad.
Al dar media vuelta, siento como si hubiera nadado durante horas. satisfecho y cansado, como si una mujer me hubiera utilizado como su juguete particular y yo hubiera aceptado serlo, esa luz, ese cruce de sensaciones es tan parecida que confunde mis sentidos.
Supongo que a eso lo llaman felicidad.
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