miércoles, 15 de octubre de 2014

#CuandoViajo

Cuando Viajo, soy yo mismo. 


Siempre recuerdo los sitios viajados por sus sabores. El Txikito en la 9th Ave. de Manhattan, el sabor de casa a miles de kilómetros. El Citron en Málaga, con el mejor Tabulé de toda la ciudad. La trattoria Don Giovanni cercana a la via del Pánico en Roma, enfrente del Castel Sant'Angelo, donde se degusta el mejor Spaghetti a la Vongole del mundo. El Café La Place en Marrakech, luminoso y juvenil, el grito de una ciudad con pretensión de modernidad. El Adolfo de Toledo, una ciudad que nunca me ha gustado, y de la que sólo disfruto entre platos, cuando he ido a sido a petición de una mujer, por supuesto. El Mirador del Thyssen en Madrid, con sabor nocturno, perfecto para seguir luego con un concierto de Jazz.  El Pintor de Barcelona, enfrente de la Plaza de la constitución, que ellos llaman de San Jaume, en el barrio judio y con dos plantas que me retrotraen a la Barcelona medieval, de calles estrechas y catedrales góticas. 

No ato las conversaciones a los sabores. Los sabores son casi siempre parecidos, las conversaciones varían demasiado. Soy capaz de notar cuando han cambiado de cocinero, cuando voy a mi Japonés favorito, Awantung, y el Sushi no sabe como debiera. Lo elabora el mismo dueño del restaurante, un chino que habla castellano con acento de Carabanchel. El se rié cuando le digo "Esto no lo has hecho tú". Se pone la mano en la cara "me has descubierto" me dice. 

Pero la conversación es una experiencia diferente, la cual vivo en otro plano aunque en el mismo instante. Intentaré explicarme despacio, trago a trago: Nunca he sido turista, siempre he sido viajero. Eso ha irritado a todas mis parejas, dado que soy muy dado a viajar a lugares verdaderamente inhóspitos y entablo conversación con lugareños, que son los que viven la verdad, no sólo la cuentan.. Las mejores conversaciones de mi vida las he vivido junto a una copa de vino bebida a pequeños sorbos. A pequeños sorbos avanza la conversación, y con la oscuridad de la noche aparecen las palabras perfectas, las profecías, las historias.  He invitado a vino de Jerez a un irlandés que insistía en invitarme a una pinta: Había tomado cerveza todos los días de su vida desde que legalmente pudo hacerlo, pero quedó fascinado con el sabor del vi no. "Seamos malos y bebamos vino" reza el dicho inglés. Al contrario: Al irlandés se le soltó la lengua aún más si cabe y comenzó a hablar de política y de religión en la ciudad menos indicada para hacerlo: Belfast. Encima resultó ser de la YMCA y llamó a varias amistades suyas a charlar conmigo. Todavía guardo aquella foto. Más joven, más delgado pero igual de imprudente. Cuando digo que me he calzado a un centenar de mozas, aproximadamente, incluyo las irlandesas, aunque tenga poco mérito, he de reconocerlo. No offense intended. Ellas, muy católicas, comprobaban previamente, si llevaba anillo. 

Recuerdo aquel viaje por trabajo a Munich, mi ciudad favorita de Europa Central. Aquel amanecer en pleno mes de diciembre en un Hotel cercano al Zoo. Le avisé a mi jefe que me iba, que teníamos una reunión a las 8.00 y que yo iba en metro. Mi jefe no había cogido un metro en su vida: Había nacido de pie, poco después le sentaron en un Mercedes y de ahí "no se había movío". Era inútil explicarle que en invierno, con medio metro de nieve, el metro resulta el medio de trasporte más rápido, pese a lo cual, el cogió un taxi. Entramos a la reunión a la hora convenida, sin él. A las 8.10 aporreaba nervioso la puerta de la sala de reuniones. Me llamó al móvil "Daniel, ábreme la puerta". El jefe de lógistica alemán se colocó sus gafas para mirarme: "No irá usted a abrirle la puerta!", grito enfadado. Y proseguimos la reunión. Mi jefe pretendía comer a mediodía y le convencí para ir mejor a un Biströ y cenar fuerte y pronto, tal como acostumbramos allí, en Broeding, en la Rotkreuz Platz. Regamos los platos del menú con un Paul Achs, un tinto austriaco exquisito. Los alemanes que nos acompañaban se fueron (jamás entenderán la sobremesa) y seguimos charlando, riéndonos la cultura hipotecaría española, por la cual si no estás hipotecado no eres persona, básicamente. Le expliqué que eso en esta parte de Europa es inconcebible, dado que se mueven mucho por trabajo, unas doce veces en toda su vida de media.

Perdido en Florencia por primera vez, La Buca San Giovanni fue mi punto de encuentro con una antigua amistad: Mi amigo Thomas, voluntario de Cáritas en Alemania durante tantos veranos de juventud. Es hijo de un diplómatico belga y una italiana de alta Alcurnia. Lo adoptaron del Perú. Nunca hablamos en un sólo idioma en la misma conversación. A veces, ni en la misma frase. El estaba más fondón, el matrimonio con una Napolitana parecía haberle sentado demasiado bien "Las napolitanas tienen los mejores culos del mundo hasta que paren" me solía decir. "Pocos culos has visto tú"-pensaba para mis adentros- Cortejamos a la misma mujer por equivocación, y resulta que era ella la que nos estaba cortejando, para luego dejarnos con dos palmos de narices. El se reía al recordarlo. Entre una buen plato de pasta y una copa y otra de Montepulciano recordamos veranos alemanes, madrugones a las 5 de la mañana para charlar y molestar a las chicas del Workcamp, desayunar a las 8 de la mañana y trabajar hasta que nos dolían los brazos. Las casas de los refugiados parecían imposibles de terminar, pese a llevarnos un mes adecentándolas, pero lo verdaderamente divertido del trabajo era volver al Gymnasium preparado para nuestro descanso y charlar sentados sobre la moqueta hasta la madrugada. "I've only loved once" me dijo. "¿Que solo has amado a once?" Le respondía yo en español. Y nos reíamos en cinco idiomas, porque no se rie uno igual en alemán que en italiano, créanme. 


El Aponiente -El segundo mejor restaurante de El Puerto de Santa Maria- tiene tanta austeridad por fuera como exquisitez por grupos por dentro: Te introducen en una sala donde el ruido lo pone la conversación de los comensales, que entre mis amistades es un bolero de Ravel: La misma melodia que poco a poco va subiendo, empezando con el Fino quinta y el placton. La Manzanilla y la tortilla de camarones. El tinto y el filete de atún marinado. Es como traer la playa a la mesa. Acabamos siempre a gritos, encontrando soluciones a todos los problemas del mundo. Alguien, de repente, llora: No ve a sus hijo desde no se cuando. El niño, adolescente, le llama a escondidas. El maldice, preso de la rabia y el dolor. "Tranquilo, Raúl" Le digo, señalando la figura de la Virgen de los Milagros de la pared -¡Ay esa tradición de orígen árabe del culto a la vírgenes negras!- "Dios nos juzga a todos, incluso a ella. Brindemos por su resurrección".


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