viernes, 21 de marzo de 2025

Sueños optimistas


"Los únicos interesados en cambiar el mundo son los pesimistas, porque los optimistas están encantados con lo que hay"  (Saramago)


Tengo varios sueños recurrentes, de esos que te despiertan con congoja e impiden volver a dormir por su intensidad y viveza. Últimamente recuperé uno ya olvidado: El del barco de mi padre. Nunca tuvo un barco, pero en Canarias se aficionó a su alquiler para irse de pesca. Solían ser embarcaciones pequeñas y desgastadas que los lugareños alquilaban en la laguna de Arrecife. Pescar era la excusa, nunca el objetivo: Pasar el día, echar la mañana o la tarde haciendo algo distinto y en silencio. En mi sueño siempre aparecemos temprano, lejos de la costa camino de Fuerteventura, con los vientos alisios meciendo la embarcación como si fuera una gigantesca cuna de madera, siendo esto lo único que hace desaparecer el silencio. Aparece mi hijo, pero mi hijo soy yo, mirando a mi padre de vez en cuando mientras lanzo mi caña de bambú una y otra vez, cuando consigo atrapar una mojarra que devuelvo al mar de nuevo. Una manada de delfines comunes pasa por delante de la embarcación, mi hijo grita "¡mira, mira Papá!" y yo le respondo con el gesto de silencio del dedo índice. Su abuelo ni siquiera se inmuta. Está incluso demasiado callado desde que salimos de Puerto, algo que no aparece en mi sueño pero si en mi memoria como un hecho, no ha contado ninguna anécdota de Saramago, ningún comentario sobre Cesar Manrique. Pasamos Püerto del Carmen y mi padre señala los barcos del puerto deportivo, sin decir palabra, como cuando íbamos en carretera e iba señalando castillos, edificios o el vuelo del un halcón peregrino. Oigo la risa de mi hijo por cualquier razón y por ninguna, desde una ráfaga de aire hasta un delfín común que acaba de dar un salto a nuestro lado a investigarnos. Mi padre grita que es un zifio y yo le replico que los zifios, primero, son huidizos y no se ven y segundo están en la Isla del Hierro (tercero no van en manadas) El replica que parece un zifio. Pregúntale a Saramago, le respondí. Saramago respondió que cerraría todos los zoológicos del mundo. No vió un zifio en su vida porque, básicamente, no pasan por aquí. 

El viejo había hecho sandwiches para la mitad de travesía, envueltos en servilletas en una bolsa de pan de molde. Me dió a mi uno y mi hijo dijo okey quitándomelo de la mano. Eran de foie gras, y mordí una esquina como respuesta. Respeta a tu padre, le dije. vi como el viejo negaba con la cabeza. Los tiempos pasan, los gestos pasan de generación en generación. 

sábado, 8 de febrero de 2025

La muerte no es el final

"Viva el vino de mi tierra                   

que a los muertos resucita                

viva la mujer que tiene                     

un novio paracaidista .                      

Un novio paracaidista                      

porque somos los más machos   

que bebemos vino tinto                    

y nos tiramos de lo alto.                   

Nos tiramos de lo alto                      

sin tener miedo a la muerte              

si la seda no se abre              

vaya hostia que te metes"


La segunda vez que vi morir a un compañero fue en salto paracaidista en San Gregorio. En las maniobras de la OTAN Nos tiraban a todos los almogávares a la vez sobre aquel descampado gigante y helado, como si fuéramos caramelos el día de reyes. Los Aviocar iban pasando uno detrás de otro y los paracaidas se iban abriendo segundos después de salir por aquella minúscula puerta lateral de manera automática, mientras unos se cagaban y otros vomitaban. 

El miedo no desaparece con cada salto, el miedo es el salto. 

Una vez abierto, nuestra obligación era disfrutar de las vistas y avisar si veíamos algún compañero con vela romana, por ejemplo.

- ¡CASARRUBIOS! ¡ME CAGO EN TU PADRE! - Grité

- ¡Y yo en el tuyo! - Respondió

-  ¡VELA ROMANA, TIRA DEL DE EMERGENCIA!

- ¿QUÉ?

Efectivamente, el paracaidas se le había abierto sólo parcialmente y aquel enano, manchego y desgraciado iba a morir por la patria y por gilipollas. 

Varios compañeros le hacían gestos pero el miraba la campana y la veía bien, engañado por el efecto óptico y por la corriente térmica que habíamos pillado, que nos arrastraba meciéndonos lentamente hacia delante. A pesar de eso el iba bajando más rápido que nosotros, y cuando se dió cuenta ya era demasiado tarde. Aterrizó tumbado y murió sin sufrir nos dijo el Sargento Bocanegra. No nos sirvió como consuelo. 

El Pater en la misa funeral dijo "Muchos os preguntareís por qué estáis vivos y el no. Para eso no tenemos respuesta. Sólo Dios sabe.." 

si la seda no se abre, vaya hostia que te metes.

Hincamos la rodilla en la consagración y nos apoyamos en el fusil para volver a ponernos de pie. Nunca hincamos las dos rodillas, porque somos caballeros. 

Los primeros días el silencio y la tristeza es lo único que se oía, y se prolongó hasta que el Cariñena hizo efecto en las almas de los suboficiales. El frío tampoco ayudaba.  

A día de hoy sigo llorando al oir la muerte no es el final, cada doce de octubre. Veo a su majestad poner la corona de flores por los caidos por España, escucho la salva de cañones, el raudo vuelo de la patrulla águila, por la muerte de desconocidos que forman parte de mis recuerdos. 


domingo, 24 de noviembre de 2024

La adolescencia malhumorada

 Los adolescentes no están hechos para la sociedad. Tu cuerpo está en casa de tus padres, pero tu mente está muy, muy lejos de allí. En la libertad, en el sueño de formar tu propia familia para amarla. Dónde al salir por la puerta nadie tenga rango suficiente para preguntarte a donde vas ni por qué. Los padres y los hijos son una paradoja sin solución. Generaciones distintas que han vivido hechos distintos, que sienten y aman de manera distinta - Y lo más importante - que se encuentran en un momento vital completamente diferente. Creo que nací un viejo cascarrabias, porque mi sensación es que mi forma de ser y mi comportamiento ha sido lineal durante toda mi vida (es decir, siempre me ha molestado la mayoría de la gente, el nihilismo, la gente vacía me ha puesto de los nervios) pero la verdad es que no era así, porque la experiencia es un grado y porque no hay experiencia vital como tener hijos para darse cuenta que la vida no es como uno se imaginaba, ni siquiera se le acerca, y que uno no es como cree ser. Mi padre decía que la vida se asemejaba a andar por la calle y que saliera un hijo de puta de detrás de un seto a molestar cada dos o tres pasos. No alcancé a comprender el sentido de esa frase hasta que me hice adulto (me hice adulto hace dos años y medio) porque yo desde que comencé la adolescencia odiaba a mis padres por su egoísmo, por no permitirme estudiar una carrera en una privada o el curso de piloto (dos de las cosas a las que mi mente infantil daba importancia en aquel momento, por mi poco conocimiento del mundo) pero Dios y la vida tenía otro destino para mí. Desde que me hice adulto pido perdón a mi padre todos los días al despertar antes siquiera de levantarme de la cama. Que mundo tan hermoso y a la vez tan horrible, pardiez. 

Mi primera novia era mayor que yo, más guapa y obvia decir que iba dos pasos por delante mía en la vida. Cuando enfermé mi padre no sabía ni siquiera que existía, y en aquel tiempo no existían medios de comunicación para avisar sino de teléfono fijo a teléfono fijo. Al tercer día sin saber de mí llamó a la puerta de mi casa. Mi padre primero dijo que yo no vivía allí, por miedo al terrorismo. Luego afirmó que estaba mintiendo porque su hijo no tenía novia, y después la dijo amablemente que se fuera, cerrándole la puerta en las narices (y llamándole de usted) Ella volvió a llamar e iracunda (su estado natural cuando no se hacía lo que ella quería) insistió hasta que consiguió verme.  (Eso es lo que cuenta ella)

A los padres parece importarles mucho que le presenten mucho a sus parejas y a los adolescentes les parece una locura, tanto como que ahora me parece una locura estar bailando a las tres de la mañana y a mi yo adolescente era idea de felicidad (habiendo un buen sofá y un buen libro, mientras mi hijo hace puzzles que necesidad) me avergoncé bastante de mi padre en ese momento (ni sería el último ni el más grave) pero he de reconocer que los padres son de la tierra y los hijos de la luna. Al presentar a alguien le damos la categoría de definitivo, algo que en la adolescencia que no es sino la búsqueda eterna nos parece terrible, porque nos sentimos seres inmortales con ojeras y muchísimo sueños por cumplir. 



viernes, 15 de noviembre de 2024

Badajoz

La oscuridad va atada al silencio y está a su vez a los escalofríos de la espalda. En pocos lugares del mundo se puede alcanzar un silencio casi absoluto, hasta escuchar la vibración del Big Bang, ese zumbido que nos recuerda que el universo está en continua expansión. Trato de dejar la mente libre para activar la máquina del tiempo del cerebro, esa que te muestra recuerdos aleatorios que se encuentran escondidos en una canción, en una imagen o en un objeto. Momentos que perduran, que deseamos borrar pero que persisten en la memoria que nadie sabe donde está. 

Acababa de ser mi cumpleaños. Noviembre no estaba siendo un mes especialmente diferente del resto: Días cortos y grises, personas grises, ir y venir en maniobras simulando una guerra que jamás iba a suceder.

 Un día formamos por la mañana y nos metieron en un camión. De nuevo nos dijeron sólo que era una emergencia nacional. Habíamos escuchado las noticias de Badajoz, pero sonaban lejanas, ruido de fondo de la radio por la mañana. Un compañero que había gastado todo el saldo del mes en un móvil Airtel llamó a su novia sólo para decirle que la quería, como si fuéramos a la guerra. Decía que con el dramatismo la relación mejoraba a su favor, como una declaración de la renta a devolver.

Cuando llegamos a Badajoz el paisaje era, en efecto, todo lo que esperábamos de un escenario de guerra. Al entrar en una de las calles nos recibió una abuela desde el tejado de su casa, de donde se negaba a bajar. En el suelo, lodo, muebles y coches, todo hecho un burruño, como si fuera el cubo de Rubik de un ser maligno. El Arroyo Calamón había comido todo a su paso. Voraz, había destruido una veintena de vidas de las que cuatro seguían sin aparecer.

Nadie quería bajar del camión porque nos dimos cuenta enseguida para qué estábamos allí. Enfundados en nuestros guantes y trajes NBQ empezamos a buscar entre escombros, mientras la abuela en cuestión seguía atrincherada y nos daba indicaciones:

—Por ahí ya han buscado.
—Señora, ya puede bajar, no se preocupe.

Pero no podía bajar. Tenía más de ochenta años y el arma más poderosa que existe, el miedo, la había paralizado.

- Buscad debajo de los pretile - gritó

Efectivamente, un amasijo de ramas y barro estaban ocultos bajo el pretil del puente. Lo movimos entre varios y despejamos las ramas hasta que unos zapatos asomaron. Todos nos echamos para atrás asustados y el silencio apareció en una lengua de viento.





domingo, 6 de octubre de 2024

La Soledad y La Espera

Hay dos cosas que definen al ejército: La soledad y la espera. Te forman para esperar sin dar ningún tipo de explicación y te dejan sólo durante horas en lugares recónditos para que vigiles cosas que -casi siempre- a nadie importan. No es un trabajo para personas que piensan demasiado, cuyos pensamientos van concatenados desde que nacen hasta que mueren, para aquellos cuya mente no descansa. El tiempo pasa inexorablemente y según la misión (lo importante es la misión) puedes llevar reloj o no. Es agobiante y frustrante.

El relevo de acción de combate dentro de una guardia se realiza cada dos horas, a saltos y obligándote a dormir en el cuerpo de guardia abrazado al arma por si fuera necesaria tu intervención. Nos mandaron patrullar, esto es, dos personas dando vueltas por el cuartel armados con dos cargadores, dos fusiles y dos pistolas. En ningún caso podíamos disparar sin ser disparados primero y debíamos pedir el santo y seña y advertir de dicho disparo al atacante. La primera bala, como siempre, la blanca de fogueo.  Mi binomio durante tres años era Gutierrez, creo que ya hable de el, un señor con poco seso, gran envergadura y amante de los cánticos regionales de Extremadura (los binomios se crean por tamaño y peso, no por gustos musicales)

Eran las tres de la mañana y la parte de atrás del cuartel estaba completamente a oscuras, tanto es así que nos obligaba a activar la mirada híbrida del fusil para ver el camino. Gutierrez se cansó e hizo trampas, activando una varilla luminosa. 

El Puto de Gutierrez cantaba:

"La Virgen de Guadalupe,
Es morena y muy bonita,
Por esos a las extremeñas,
Nos gusta ser morenitas,
Por esos a las extremeñas,
Nos gusta ser morenitas"

- ¡Calla Gutierrez, coño! ¿Has oido eso? 

- Será un gato - respondió. 

- Un gato. Un cojón de mico - Gutierrez siguió cantando:

"No quieras, para casarte,
Un novio de muchas perras,
Más te vale un extremeño,
Que sepa labrar la tierra.
Más te vale un extremeño,
Que sepa labrar la tierra"

De repente paró de cantar, se quedó quieto, cerró la mano derecha y elevó el brazo. o se había vuelto comunista o había oido algo. Se tocó la oreja, giró la cabeza para que mirara y empezó a temblar (la subida de adrenalina es algo espectacular en estos casos) había alguien subiendo la verja, completamente vestido de negro y con pasamontañas. 

- SANTO Y SEÑA - Gritó, sin obtener respuesta y sin dejar de temblar- ¡Santo y seña o disparo!

Me cabreó. Primero porque el Santo y Seña lo tenía que pedir yo, porque soy más antiguo. Segundo porque este hombre era tan imbécil como capaz de disparar (como se comprobó más adelante)

Cargué la primera bala, que no sirve para nada, pero por civismo, como reciclar. 

- Será un gato - dijo Gutierrez, que tendía a imaginar cosas debido a las sustancias psicotrópicas a las que era aficionado - Un gato subiendo la valla, jiji - acompañó su comentario de una risa burlona, probablemente estaba en su mundo viendo unicornios. 

Gutierrez era una caja de sorpresas y le costaba cumplir órdenes, y digo le costaba porque su coeficiente intelectual apenas superaba el 70. Generalmente hacía lo que le salía de los genitales, con la seguridad que da la ignorancia y la completa y absoluta carencia de sentido común, aplicable incluso a su propia existencia. Por eso no me sorprendí cuando sacó el cargador del fusil, metió otro (no sin previo golpeo en el casco) cargó y disparó en dirección al "gato" varios metros hacia la derecha, con el fusil en la cadera. El animal que se identificaba como persona se quedó quieto de repente, asustado pero no maulló, antes bien grito un "¡No disparéis, no disparéis, me cago en mi vida!" mientras por la radio oíamos un grito "¿QUE COJONES HA SIDO ESO?" 

Apuntamos al gato identificado como persona, y mientras esta lloraba de rodillas y no paraba de porfiar, contesté por radio "Gutierrez, mi sargento" y ví como se encendía la luz del cuerpo de guardia donde dormía el Oficial. Ahora sí que estamos jodidos, Gutierrez. De esta nos mandan a pelar patatas a regulares de Melilla. Gutierrez se limitó a encogerse de hombros. 

El oficial de guardia -En riguroso pijama verde con la cruz de Santiago- se adelantó al sargento de guardia, descalzo y cabreado. Ni siquiera preguntó, directamente le dió una patada al que estaba de rodillas y le quitó el pasamontañas. 

- No me jodas, ¡NO ME JODAS! 

Era un compañero que había llegado tarde y que no quería entrar por el cuerpo de guardia e identificarse. 

A Gutierrez y a mí nos dieron dos días de permiso por nuestra valiente actuación, por lo que podía haber sido y no fue. 

martes, 2 de julio de 2024

Trillo, año cero

Ibamos enfundados en un traje NBQ para Trillo por una emergencia. Alguien había traspasado la valla, estaba dentro del perímetro y se sospechaba de tres individuos. El viaje se me hizo eterno en una noche cerrada de agosto. Había ganado algo de peso después de los tres meses de instrucción. La jura de la bandera -en la que fui nombrado caballero legionario paracaidista, almogavar, por la reina Sofía- junto con otros trescientos desgraciados me parecía lejana ya. Me pesaba el uniforme, el fusil, me pesaba hasta el alma, que es lo que más pesa cuando no sabes que coño haces en un sitio. El camión nos llevaba, sin asientos, como en una película de guerra. De pronto comenzó a evitar los baches de la comarcal. Nos estábamos acercando al enemigo, al lugar del combate. 

Qué enemigo ni que cuatro hostias. Probablemente serían tres adolescentes borrachos, decía radio macuto, diez tonterías por minuto. "Si son etarras les meteré el fusil por el culo" decía otro compañero. Con esta tropa y algunos más tontos aún nos dirigíamos al objetivo. "¡5 minutos, poneos los filtros!" enroscamos los filtros en la máscara. Colocamos la bayoneta en el fusil, como si fuéramos soldados de los tercios. 


ES-PA-ÑA


El camión se detuvo. "¡Bajad Nenazas!" 

Bajamos del camión con más miedo que vergüenza. En la noche, todos los gatos son pardos -Seguimos al sargento, al que reconocíamos sólo por la altura y las tres rayas amarillas fosforecentes- cagados de miedo. Metimos los cargadores en el fusil. La primera bala, la blanca de fogeo brillaba a la escasa luz de los focos de la entrada. 

- Dais el alto e informaís. No dispareís si no os disparan primero. 

De primero de reglas de enfrentamiento con terroristas.. O con borrachos de Guadalajara, a los que me imagino diciendo "¿Bolo, A que no tienes huevos a entrar a la central?" "¿Cómo? ¿Que no tengo qué?" 

Como segunda opción, en plena amenaza terrorista, parlamentar con un loco que había entrado, probablemente armado, en una central nuclear y esperar que entrara en razón sonaba un poco extraño. Más aún si eran varios. 

Patrullamos en parejas escoltados por un patrol de la civil que andaba despacito y cuyo motor nos anunciaba. De repente el coche giró y se dió la vuelta. Bajó la ventanilla "Seguid todo recto y cuando se termine el camino, volved despacio" asentimos con la cabeza, algo completamente inútil por el equipamiento y la oscuridad. Gritamos a sus órdenes y seguimos andando. Bajé el visor híbrido y la noche se volvió verde en distintas tonalidades. El compañero me tocó el hombro "Te sigo" me dijo. No te jode, a donde vas a ir sino. Avanzamos, y de repente se escucharon unos ruidos. Rápidamente nos tiramos al suelo. Gutierrez era mi binomio. Media algo más que yo y era tonto a las finas hierbas. Pocos meses después, de vuelta de misión internacional sería examinado por el CSN en el Gomez Ulla y lo mandarían para su pueblo con el doscientos por cien del sueldo. No le arriendo la ganancia. 

De nuevo, ruidos entre la maleza. Algo se estaba arrastrando, huyendo de nosotros y de nuestros visores nocturnos Made In China y ensamblados en los Estados Juntitos. Escuché el clac-clac del fusil de Gutierrez. Había metido la bala de fogeo y estaba apuntando Dios sabe a qué. 

- ¿QUE COJONES HACES GUTIERREZ? 

- Está por ahí - Dijo, sin dejar de apuntar a la derecha del camino. - ALTO O DISPARO - Gritó como una exhalación. Gutierrez es de los que cuando nos hicieron elegir en la prueba psicológica entre un poema o un fusil eligió el fusil. Disparó la de fogueo y dos o tres veces más las standard OTAN. Las que hieren pero no matan, tal y como pedían los acuerdos de Ginebra. Un aullido de dolor ahogado quebró la noche. 

El Sargento Bocanegra llegó corriendo (era maratoniano) y con su acento melillense gritó:

- ¡Gutierrez, cenutrio! ¡Le has dado a un pobre zorro, carcamal! 

Gutierrez se quedó en silencio en primer tiempo de saludo mientras la especie protegida moría a sus pies, esperando una colleja que se convirtió en un golpe del sargento con la culata del fusil.  

martes, 12 de marzo de 2024

El novelista del metro

Es media tarde y regreso de un domingo apacible con mi hijo, al que, emulando al gran Garcia Marquez he llevado a conocer el hielo. El pueblo sobre el que realizamos el recorrido, que termina en una dehesa con un famoso restaurante apenas sumaba un millar de almas cuando mi padre me llevo por primera vez, y ahora son siete mil, incluyendo una estación con un tren cremallera de la posguerra cuyos billetes hay que comprar con días de antelación porque se llenan en épocas de nieve. El truco de los lugareños, de los madrileños que no existimos -nadie es de Madrid pero todos lo somos- Es no subir a la frontera con Castilla, cuyo cupo máximo es de diez mil personas y como si fuera la playa de Poniente en un Benidorm cualquiera de agosto, se pone impracticable, y quedarse en la plataforma. Mi hijo al principio asustado ha tratado de comerse los copos que caían y -como si hubiera vivido en Laponia toda la vida- se tiró al suelo moviendo los brazos, dejándose llevar por las rachas de tiempo de dirección variable, los mini torbellinos y los vientos huracanados. Ha esquivado con estilo los trineos que caían a toda velocidad con dos niños o tres ladera abajo mientras la guardia civil hacía caso omiso de la superación de velocidad máxima en poblado de tales artefactos y se convertían en aparcacoches improvisados de algun urbanita al que el día que fue a comprar el coche no le enseñaron la diferencia entre un todo camino y un todo terreno y no consigue sacar el vehículo del aparcamiento. Veo que es un sargento algo mayor, me cuadro y le pregunto que tal el servicio. Me dice que no me confíe, que esos niños no son sino bárbaros con gorritos de colores que atacan con bolas de nieve sin previo aviso y realizan emboscadas que ni la legión. Agradezco la advertencia, taconazo y al restaurante, que el chuletón de Ávila no se come solo ¡Vive Dios! Ya después si eso seguimos con la nieve después del postre y el café. Lo dicho, volvíamos de un domingo con el niño exhausto, dormido bajo los rayos de luz del atardecer y el traqueteo del tren, cruzando los dominios del coto de caza de su majestad el rey por el único camino que lo parte en dos y que jamás conocerá la prometida autopista paralela que cerraría la M-40 por el noroeste porque vaya usted a saber por qué y de repente aparece un señor con un montón de libritos en la mano. Se identifica a voces como escritor y peruano, vendiendo su libro a dos Euros. Me emociona como describe la historia de su vida -que es la del libro- y le doy tres Euros por falta de cambio. Emocionado, me pregunta el nombre y me lo dedica. Sigue su camino y en el trayecto vende una decena de libros, aunque nadie le da dos Euros: Tiene la mirada limpia, y los que creen en si mismos siempre reciben más de lo que dan. Queda media hora de trayecto y me engancho a su historia, que es la de tantos otros que huyen de la miseria. Vuelvo a leer la dedicatoria: "Hugo Mandamiento, Fe que tendrás éxito"