La oscuridad va atada al silencio y está a su vez a los escalofríos de la espalda. En pocos lugares del mundo se puede alcanzar un silencio casi absoluto, hasta escuchar la vibración del Big Bang, ese zumbido que nos recuerda que el universo está en continua expansión. Trato de dejar la mente libre para activar la máquina del tiempo del cerebro, esa que te muestra recuerdos aleatorios que se encuentran escondidos en una canción, en una imagen o en un objeto. Momentos que perduran, que deseamos borrar pero que persisten en la memoria que nadie sabe donde está.
Acababa de ser mi cumpleaños. Noviembre no estaba siendo un mes especialmente diferente del resto: Días cortos y grises, personas grises, ir y venir en maniobras simulando una guerra que jamás iba a suceder.
Un día formamos por la mañana y nos metieron en un camión. De nuevo nos dijeron sólo que era una emergencia nacional. Habíamos escuchado las noticias de Badajoz, pero sonaban lejanas, ruido de fondo de la radio por la mañana. Un compañero que había gastado todo el saldo del mes en un móvil Airtel llamó a su novia sólo para decirle que la quería, como si fuéramos a la guerra. Decía que con el dramatismo la relación mejoraba a su favor, como una declaración de la renta a devolver.
Cuando llegamos a Badajoz el paisaje era, en efecto, todo lo que esperábamos de un escenario de guerra. Al entrar en una de las calles nos recibió una abuela desde el tejado de su casa, de donde se negaba a bajar. En el suelo, lodo, muebles y coches, todo hecho un burruño, como si fuera el cubo de Rubik de un ser maligno. El Arroyo Calamón había comido todo a su paso. Voraz, había destruido una veintena de vidas de las que cuatro seguían sin aparecer.
Nadie quería bajar del camión porque nos dimos cuenta enseguida para qué estábamos allí. Enfundados en nuestros guantes y trajes NBQ empezamos a buscar entre escombros, mientras la abuela en cuestión seguía atrincherada y nos daba indicaciones:
—Por ahí ya han buscado.
—Señora, ya puede bajar, no se preocupe.
Pero no podía bajar. Tenía más de ochenta años y el arma más poderosa que existe, el miedo, la había paralizado.
- Buscad debajo de los pretile - gritó
Efectivamente, un amasijo de ramas y barro estaban ocultos bajo el pretil del puente. Lo movimos entre varios y despejamos las ramas hasta que unos zapatos asomaron. Todos nos echamos para atrás asustados y el silencio apareció en una lengua de viento.
Que experiencia tan dura y compleja que ni la imagen de la abuela berlanguesca logra mitigar. Imagino que esos recuerdos de la "máquina del tiempo" han contribuido al carácter del narrador, con esa mezcla tan única y especial de hombre duro, mirada inteligente, sonrisa irónica de quien ha visto tanto, entereza de alma y ternura en los detalles. Gracias sr. Later.por no dejar que el recuerdo de esos zapatos y su dueño se olvide del todo. Ninguna tragedia personal debiera de olvidarse nunca.
ResponderEliminarSe olvidarán, querido amigo. Como se olvidan las guerras. El humano olvida y no aprende, salvo para echarse el lodo de un lado a otro.
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