Los adolescentes no están hechos para la sociedad. Tu cuerpo está en casa de tus padres, pero tu mente está muy, muy lejos de allí. En la libertad, en el sueño de formar tu propia familia para amarla. Dónde al salir por la puerta nadie tenga rango suficiente para preguntarte a donde vas ni por qué. Los padres y los hijos son una paradoja sin solución. Generaciones distintas que han vivido hechos distintos, que sienten y aman de manera distinta - Y lo más importante - que se encuentran en un momento vital completamente diferente. Creo que nací un viejo cascarrabias, porque mi sensación es que mi forma de ser y mi comportamiento ha sido lineal durante toda mi vida (es decir, siempre me ha molestado la mayoría de la gente, el nihilismo, la gente vacía me ha puesto de los nervios) pero la verdad es que no era así, porque la experiencia es un grado y porque no hay experiencia vital como tener hijos para darse cuenta que la vida no es como uno se imaginaba, ni siquiera se le acerca, y que uno no es como cree ser. Mi padre decía que la vida se asemejaba a andar por la calle y que saliera un hijo de puta de detrás de un seto a molestar cada dos o tres pasos. No alcancé a comprender el sentido de esa frase hasta que me hice adulto (me hice adulto hace dos años y medio) porque yo desde que comencé la adolescencia odiaba a mis padres por su egoísmo, por no permitirme estudiar una carrera en una privada o el curso de piloto (dos de las cosas a las que mi mente infantil daba importancia en aquel momento, por mi poco conocimiento del mundo) pero Dios y la vida tenía otro destino para mí. Desde que me hice adulto pido perdón a mi padre todos los días al despertar antes siquiera de levantarme de la cama. Que mundo tan hermoso y a la vez tan horrible, pardiez.
Mi primera novia era mayor que yo, más guapa y obvia decir que iba dos pasos por delante mía en la vida. Cuando enfermé mi padre no sabía ni siquiera que existía, y en aquel tiempo no existían medios de comunicación para avisar sino de teléfono fijo a teléfono fijo. Al tercer día sin saber de mí llamó a la puerta de mi casa. Mi padre primero dijo que yo no vivía allí, por miedo al terrorismo. Luego afirmó que estaba mintiendo porque su hijo no tenía novia, y después la dijo amablemente que se fuera, cerrándole la puerta en las narices (y llamándole de usted) Ella volvió a llamar e iracunda (su estado natural cuando no se hacía lo que ella quería) insistió hasta que consiguió verme. (Eso es lo que cuenta ella)
A los padres parece importarles mucho que le presenten mucho a sus parejas y a los adolescentes les parece una locura, tanto como que ahora me parece una locura estar bailando a las tres de la mañana y a mi yo adolescente era idea de felicidad (habiendo un buen sofá y un buen libro, mientras mi hijo hace puzzles que necesidad) me avergoncé bastante de mi padre en ese momento (ni sería el último ni el más grave) pero he de reconocer que los padres son de la tierra y los hijos de la luna. Al presentar a alguien le damos la categoría de definitivo, algo que en la adolescencia que no es sino la búsqueda eterna nos parece terrible, porque nos sentimos seres inmortales con ojeras y muchísimo sueños por cumplir.