martes, 19 de julio de 2022

Amor y verdad

 


La verdad se cuenta sola. No necesita preámbulos, ni ayudas, ni subvención de los chascarrillos en cafeterías pésimamente iluminadas. La verdad ilumina, alumbra como un café en una fría noche de invierno, de esas del norte, de las de poner la luz al despertar porque el Sol no asoma ni por casualidad. El clima es la ortografía del carácter y se escribe sobre renglones rectos.  Desde que leí Patria, de Aramburu, no puedo dejar de pensar en el País Vasco. En su verde eterno, el gris azulado del cielo, la patria chica de mis tatarabuelos, el puerto de Guetaria, la playa de Zarauz, la aldea de Elkano, con su pequeña ermita. La primera vez que fui de adulto, llamé a mi padre y le dije "me siento como en casa" y el me contestó "claro, la cabra tira al monte" la morfología de las caras con las que me cruzaba y su altura eran como las de mi familia. Imaginé a mi moreno bisabuelo de dos metros veinte caminando por allí, con su barba descuidada, y sus brazos forjados por la labranza, una persona que sólo conocía el tiempo extremeño y el trabajo que mandaba en su hambre, y cuyos orígenes familiares nunca llegó a conocer, salvo que se los imaginara cada vez que se daba con el marco de la puerta en forma de visiones. Dicen que desde aquel puerto se cazaban ballenas. Mi bisabuelo pescaba -como mi abuelo y mis tíos- Barbos, percas y carpas en el río. Cualquier cosa. La verdad se cuenta sola. Me alojé unos días en un hotel que sirve además de restaurante de la aldea. Era otoño y aquel forastero de dos metros les servía de entretenimento: No pararon de preguntarme que hacía yo allí. Les expliqué como la historia dice que a mi familia materna les entregaron terrenos en Villanueva de la Serena siglos atrás -vascos y asturianos repoblaron España, desde Badajoz hasta Murcia y Alicante- y por eso destacamos entre los tipicos extremeños morenitos y bajitos de ojos oscuros.  Al escuchar mi relato, y como si la vuelta del hijo pródigo se tratara, me invitaron a comer, y si continuo algún día más allí igual me hacen hijo predilecto: No hay nada que aprecien más que alguien que pondera su tierra y que es capaz incluso de volver a ella sin haber estado nunca, pero la verdad se cuenta sola: Son las personas las que te hacen sentir como en casa. 

3 comentarios:

  1. Creo que tú te sientes en casa en cualquier lugar del mundo donde haya gente buena y trabajadora.

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  2. La verdad es que no me extraña nada lo que dices de que te invitaran y de que te habría nombrado hijo predilecto. No 1 nunca me había planteado ir al País Vasco pero después de alabarlo de esa manera quizás lo programa para el próximo año

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    1. Ya ha cambiado bastante la cosa, hace 25 o 30 años era muy distinto. Pero sí, tiene lugares preciosos, como toda España.

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