Las personas tristes vagan por este mundo como si fueran normales, pero al culpar a los demás de sus males ocultan su propia pereza por vivir, la ausencia de sangre en sus venas, de arrojo para enfrentarse a las pequeñas piedrecitas que se nos meten en el zapato de la vida.
Miserables que, por no saber, no saben ni hablar. Los silencios son su mundo, al no saber entablar una conversación inteligente, al no saber argumentar, o simplemente al saber su batalla por perdida.
El Karma suele encargarse de ellos por "acción por inacción". y ese mutismo les condena a la tristeza más absoluta. En su mente los malos somos los demás, que tenemos culpa hasta de que sean feos. Su fealdad interna la transmiten a través de sus actos al exterior. Así como el que transmite amor suele recibir amor, el que transmite tristeza suele entrar en un círculo, en un bucle, regodeándose en sus propias miserias, desolado por existir.
He encontrado a varias personas así a lo largo de mi existencia. Personas tóxicas que, como un kamikaze, van por la autopista de la vida en dirección contraria al resto del mundo, no por originalidad, sino utilizando que todo el todo el mundo va contra mí como argumento. Lo terrible es cuando se reproducen, pues transmiten la apatía a los hijos, que al final acaban sin amigos, encerrados en su habitación con miedo a respirar el aire de la calle, no vaya a ser que su exposición al oxígeno, nitrógeno y argón les produzca urticaria.
Pero afortunadamente, el amor se olvida de ellos. Es tras muchos años cuando se dan cuenta de lo que son: Seres imperfectos que se creían más importantes que los demás.
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