Descubrí el Hayedo de Otzarreta en un viaje de joven motivado por un amorío desmotivado, de fines de semana en autobús. El recuerdo ha venido a mi mente de repente, porque siento que me estoy muriendo. Como todos, supongo. El tiempo juega en mi contra, en eso no soy nada original. Quizás volvieron las imágenes a mi mente porque la muerte es descanso y allí encontré paz. Los pueblos de alrededor son oscuros pero amables. Con mi ascendencia guipuzcoana pasaba inadvertido entre tapas. Un parroquiano me preguntó "¿Tu qué, español?" mientras comía un pollo con arroz exquisito en una mesa gigante. Yo, distraido, le preguntaba a la dueña "¿Que le echa a este pollo jefa? ¡Está de muerte!" "maitasuna" respondía ella, emocionada, no acostumbrada a alabanzas. "Oye tú, que te hice una pregunta" insistía el parroquiano. "¿Eres español?" y yo le respondía que sí, como él. "No, hombre no, yo soy vasco" decía convencido. Entonces entendí que el nacionalismo es eso, comunicar lo que uno cree que es, sociología de primero. Es un instinto primario, tribal y, la verdad, bastante estúpido, empieza cuando comparamos los coches de nuestros padres cuando somos pequeños. Pero así somos los humanos. Siento que me estoy muriendo, a veces me asfixio en sueños, cuando era joven no me pasaba, nunca me gustó dormir, siempre tenía la sensación de estar perdiéndome algo. Una vez hice tantas veces el amor en un día que estuve varios minutos sin respirar, pensé que eran mis últimos minutos en esta vida, pero el amor siempre te hace recuperar el aliento. El parroquiano me cuenta que no sabe euskera por culpa de un tal Patxi. Que sus hijos hablan un idioma que el no entiende. Pues como todos los hijos en todas las épocas. Que el se esfuerza para madrugar e ir a una ikastola antes de ir a trabajar. Había varias mesas vacías, pero decidió sentarse a mi lado, así que le conté el origen de mi apellido, Mi cariño al País Vasco (obviando que me encanta Vitoria para evitar discusiones sobre patrias chicas) la mañana entera que he pasado entre hojas de mil colores y el canto de los pájaros. Siento que me estoy muriendo, porque ya sólo miro para atrás contando mil historias, quizás porque viví demasiado, porque el amor por vivir consume los segundos del reloj inexorablemente, por eso hay que saber ajustar la intensidad en cada momento, para disfrutar lo máximo posible.
No puedes morir (no aun al menos) mientras sigas amando porque tienes un motivo para vivir, y recuerdas porque la vida que has vivido tiene ya peso propio como una mochila a la espalda, pesa pero da estabilidad, y recordar ayuda a ser consciente que la dicha o la desdicha del hoy también serán recuerdos de otro día o. ¿Además si te mueres quien escribiría estas historias? ¿Quién recordaría a ese vasco que un día fue feliz porque pudo decirle a un español que él solo era vasco, aunque se lo dijera en la lengua de la meseta?
ResponderEliminarImposible, no puedo morir porque mi vida empieza ahora.
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