Y estabas allí, desnuda frente a la pared de colores, delante de frases de poesías desconocidas, lista para amar. Después el atardecer acarició mi espalda mientras estaba dentro de ti con calor y energía, mientras tu pedías que te amara más, que no parara ni un instante. Me atraías hacia ti una y otra vez mientras los rascacielos, testigos de nuestros abrazos, reflejaban la luz y parecían envidiarnos. Fue entonces cuando comencé a memorizar cada una de las partes de tu cuerpo, cada curvatura, cada centímetro de tu piel. Cuando comencé a oír el piano en mi cabeza, esa melodía trágica y alegre a la vez, que jamás había escuchado. Cuando instantes después nos relajamos entrelazando nuestros cuerpos quería detener el tiempo, ese que nunca acierta con el deseo de las personas, porque la felicidad es hacer cosas que dan sentido a nuestras vidas pero siempre nos falta tiempo. O sobra cuando deseamos volver a ver a alguien después de una ausencia. Y tu, mi felicidad ¿Dónde estarás ahora? ¿Cuándo te volveré a ver? Tendré que soportar día tras día esta incertidumbre, ese cielo gris. Hasta que volvamos a vernos, hasta que vuelva a oír tu voz llamarme con diminutivos, hasta que coincidamos bajo el cielo de Berlín. Estas lejos, sin duda, porque mi voz te llama y no me escuchas, hasta que vuelvas a oírla, bajita, bajo la quietud de las sábanas. Hasta que las palabras se conviertan en promesas, y las promesas, en sueños. Entonces te cogeré de la mano y pasearemos por la calle como si estuviéramos juntos desde siempre.
Relatos de ficción "Captar en lo que se ha escrito es síntoma de lo que se ha callado" (Nietzsche)
martes, 20 de agosto de 2019
Amor de Altura
Y estabas allí, desnuda frente a la pared de colores, delante de frases de poesías desconocidas, lista para amar. Después el atardecer acarició mi espalda mientras estaba dentro de ti con calor y energía, mientras tu pedías que te amara más, que no parara ni un instante. Me atraías hacia ti una y otra vez mientras los rascacielos, testigos de nuestros abrazos, reflejaban la luz y parecían envidiarnos. Fue entonces cuando comencé a memorizar cada una de las partes de tu cuerpo, cada curvatura, cada centímetro de tu piel. Cuando comencé a oír el piano en mi cabeza, esa melodía trágica y alegre a la vez, que jamás había escuchado. Cuando instantes después nos relajamos entrelazando nuestros cuerpos quería detener el tiempo, ese que nunca acierta con el deseo de las personas, porque la felicidad es hacer cosas que dan sentido a nuestras vidas pero siempre nos falta tiempo. O sobra cuando deseamos volver a ver a alguien después de una ausencia. Y tu, mi felicidad ¿Dónde estarás ahora? ¿Cuándo te volveré a ver? Tendré que soportar día tras día esta incertidumbre, ese cielo gris. Hasta que volvamos a vernos, hasta que vuelva a oír tu voz llamarme con diminutivos, hasta que coincidamos bajo el cielo de Berlín. Estas lejos, sin duda, porque mi voz te llama y no me escuchas, hasta que vuelvas a oírla, bajita, bajo la quietud de las sábanas. Hasta que las palabras se conviertan en promesas, y las promesas, en sueños. Entonces te cogeré de la mano y pasearemos por la calle como si estuviéramos juntos desde siempre.
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