Odiamos a los ancianos porque somos nosotros sin vida por recorrer. Odiamos a los pobres porque somos nosotros sin ilusiones. Rechazamos todo aquello que nos recuerde nuestra mortalidad, aquello que puede arrebatarnos nuestros sueños. Los celos son básicamente eso, nosotros sin la persona amada, y lo que más duele, la persona amada con otro que no somos nosotros.
Existen varias puertas de acceso al Museo del Prado. Al sur, por donde suelen entrar los grupos y enfrente de otra maravilla de Madrid, el Jardín Botánico, se encuentra la Puerta de Murillo. Es de acceso restringido pero bulliciosa, y por donde los lunes, con el museo cerrado, entran las celebridades. La entrada Oeste es Velazquez, presidida por una Estatua del gran pintor. En el norte del Museo se encuentra la Puerta de Goya, subiendo una escalinata y la Puerta de los Jerónimos, diseñada por el premio pritzker Moneo y que resulta ser la entrada más común para todos los visitantes. Ella cada día salía por un lugar diferente, pero cuando quedábamos yo siempre la esperaba en el mismo sitio, en la entrada de Jerónimos, entre japoneses de mediana edad y ancianos alemanes. Sentado en el césped, a la sombra de un árbol, mientras escuchaba al guitarrista de turno tocando por enésima vez el concierto de Aranjuez, cambiando a veces a Joaquin Rodrigo por Turina. Música en todo caso reconocible por el gran público. Es un gran lugar para leer, pues al hacer una pausa y levantar la vista te ves rodeado de cientos personas que inspiran, y la tinta del libro contrasta con la luz del Sol, esa luz que enamora a todo aquel que visita España. Al verla salir, a lo lejos, y tras el intercambio de sonrisas, cerraba el libro y paseábamos. Era la definición de una tarde perfecta. Hasta que ella un día salió por otra puerta, sin saber que yo me encontraba allí, que pretendía sorprenderla. De hecho no me vió hasta pasados unos minutos, mientras abrazaba y besaba a un chico flacucho, bajito y pelirrojo. Después de varios besos abrió los ojos y se asustó al verme. Yo me dí media vuelta y me fuí. No fue como en las películas. No le rompí la cara al enano. Ella no fue corriendo detrás mía negando la evidencia. Yo no miré hacia atrás. Horas después, el teléfono comenzó a sonar. Quité el sonido. Dos horas después, tenía 28 llamadas perdidas, que no contesté. Al día siguiente pedí una semana de vacaciones y me encaminé hacia el Aeropuerto. Tomé el primer vuelo internacional que salió, que resultó ser hacia Creta. Grecia es un lugar maravilloso para huir en septiembre. Llegué sin reserva y me quedé en el primer hotel de cinco estrellas que me encontré. Había apagado el móvil, y, al encenderlo, tenía otras 28 llamadas perdidas. Desnudo, tumbado mientras el Sol desaparecía en el horizonte. Horas después desperté, en mitad de la noche, y volví al hotel, mareado. El móvil había registrado otras 28 llamadas perdidas, y registraría otras 28 cada día durante mi semana de estancia. Al volver y abrir el buzón de mi casa me encontré un sobre cerrado con mi nombre. Dentro se hallaba su certificado de defunción. Lloré amargamente en el rellano de la escalera, sin comprender. Y es que rechazamos todo aquello que nos recuerde nuestra mortalidad, aquello que puede arrebatarnos nuestros sueños. Y la muerte es esencialmente un nosotros sin nosotros.
No se que puede más en mi mente, si tu ausencia o este calor insufrible. No se que causa más vacío en mi corazón. Quizás en la distancia puedas soñar conmigo. A mi sólo me salen pesadillas. Sólo dolor, sólo frío, como si me hallara en el nacimiento de un río, con la circulación cortada, con mis esperanzas destrozadas, sin ganas de vivir. No se que puede más en mi mente, si este vaso de vino o el despertar de tus abrazos. La melancolía invadiendo cada uno de mis actos. El asustadizo ruido del silencio. Tu voz, muda porque no estas, porque no te tengo cerca. Rocas frías de mi existir. Incapaz de leer, de reír, de vivir, si no es contigo. Torre que defiende el fuerte de mi corazón, dones que la vida no me quiso dar, amándonos como los erizos de mar, en la justa distancia para no pincharnos y la justa para darnos calor. Atentos a las corrientes para que ese equilibrio no se rompa. Las montañas como banda sonora de nuestro amor. El torcer el gesto, las bromas propias, esas que nadie más entiende. Y esa emoción, contenida, hermosa, ese soñar despierto que me proporcionas, esa alegría que siempre quiero multiplicar por mil. Divagar sobre tu cuerpo, vivir y morir abrazado a tu piel. Es esa mi única aspiración, la única esperanza que me hace despertar cada día. Y así quiero prometerte ese amor que nunca te prometieron, porque la vida es un suspiro y nunca sabemos cuando vamos a dejar de respirar, cuando pasaremos a lo desconocido. Y mis lágrimas de felicidad, envueltas por dramáticos violines tocando al unísono, sólo significan un te quiero, un quiero que seamos felices, quiero que seas la primera y la última, el alfa y el omega de mi vida.
Ahora que el reloj va deprisa, voy a acariciar tu mano. Con la yema de mis dedos voy rozando donde dicen está la línea de la vida, en forma de depresión curva, profunda, sin rupturas, como si viajases en un tren sin paradas. Es ese dulce cosquilleo el que te hace sonreír, el que me muestra desnuda tu alma ante mis ojos, el que me enseña la felicidad de los pequeños gestos. Ahora que el tiempo se nos entregó como un regalo, voy agarrarte por la cintura. Bien sabe Dios que es todo un arte: El secreto está en la firmeza sin exceso, sin perder de vista tus ojos. El atractivo del silencio, de las palabras no pronunciadas, pues cuando se ama de corazón cualquier palabra puede convertirse rápidamente en ruido, como un instrumento desafinando en una orquesta. La química secreta confusión. Y estoy tan ciego que no puedo parar de mirarte. Ahora que los sentimientos afloran voy a sincerarme contigo: Quiero viajar a una isla desierta y perderme para siempre, pues me encontré a mi mismo cuando me enamoré de tí. Allí donde el tiempo se pare y no necesitemos relojes, allí estará nuestro hogar para poder amarnos sin horarios que entorpezcan el estudio de nuestros cuerpos. Al amor lo llaman media naranja, y es quizás por eso que tu humor es ácido, oloroso y fresco a la vez, como si fueras un buen vino afrutado. En esta vida nos tocó encontrarnos, esa casualidad que algunos llaman magia, otros destino, y yo parte del camino por recorrer. Te ríes de mi rotacismo, como si fuera un ciudadano francés, como si mi pronunciación incorrecta te atrajese aún más, por mi carácter romántico y por la innumerable cantidad de palabras de amor que contienen dicha letra. Y yo sonrío, satisfecho, pues cuanto más haces reír a una mujer, más le llegas al corazón, más se acelera en su pecho, anhelando besos no dados.