martes, 24 de noviembre de 2015

Piedras y palabras



Toqué la pared del castillo. Las yemas de mis dedos me transmitieron frialdad, aspereza. Justo como me sentía: Frío, aspero, inerte, como si Sintiera la cercanía de la muerte.  Y no era por saberme perseguido por mis enemigos por lo que mi respiración se entrecortaba. Era por culpa de una mujer, que bien sabe Dios que el amor puede producir más daño que la espada más afilada. Uno de mis fieles servidores, sujetando un candelabro, entró en la oscura estancia, en la que apenas se podían divisar las siluetas por la falta de luz: La tormenta se acercaba. Le ordené que entregara el sobre lacrado una vez llegara a San Juan de Acre, a quien el ya sabía. El dudo de si sería capaz de encontrarla. Le indiqué que se hospedaba cerca del campamento de los hospitalarios, en el norte de la ciudad vieja. De seguir viva, estaría allí. El mensaje era claro. Era la negación de mi amor por ella:


 "Quizás si erais vos, pero no nuestro momento. Ahora se que abrazados bajo los rayos del sol del desierto, día tras día, mentíais sobre nuestro amor. Cada Te quiero que emanaba de vuestros labios no escondía sino la maldad propia de los enemigos. No puedo amaros por principio y por ser vos quien sois. Llegasteis a sobresaltarme con cada mirada, con cada negación que afirmaba, parecíais poseer la inocencia de una chiquilla y, mientras tanto, en vuestro corazón, sembrabais la semilla de la traición. Mientras escuchaba vuestras palabras olvidaba la tristeza de la guerra, el sinsabor de mi existencia, y me hacíais soñar. Fuí tan feliz como en mi más tierna juventud, vuestra mirada me guiaba. Quizás sea este el mayor pecado: El parpadeo de vuestros ojos engañando a los míos". Negar mi amor por ella me dolía más que todas las heridas recibidas en combate. "Ahora debo olvidaros para realizar la tarea que Dios me ha encomendado. Hicisteis bien vuestro trabajo: Vuestro veneno se halla mi corazón, y yacer con otras no sirve como antídoto. Al menos me vengaré en las batallas que han de venir, cada gota de sangre derramada, cada vida que envíe al señor me hará olvidar vuestro falso elixir de felicidad. Debí apartar la vista del hechizo de vuestra hermosura, no debí fijarme en belleza ajena, pues bien es sabido que muchos por la belleza de una mujer se extraviaron. Utilizaré la ira que en mi corazón cultivasteis para ser aún más despiadado con nuestros enemigos, podéis estar segura. Que Dios os Juzgue

VALE. "

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