domingo, 24 de noviembre de 2024

La adolescencia malhumorada

 Los adolescentes no están hechos para la sociedad. Tu cuerpo está en casa de tus padres, pero tu mente está muy, muy lejos de allí. En la libertad, en el sueño de formar tu propia familia para amarla. Dónde al salir por la puerta nadie tenga rango suficiente para preguntarte a donde vas ni por qué. Los padres y los hijos son una paradoja sin solución. Generaciones distintas que han vivido hechos distintos, que sienten y aman de manera distinta - Y lo más importante - que se encuentran en un momento vital completamente diferente. Creo que nací un viejo cascarrabias, porque mi sensación es que mi forma de ser y mi comportamiento ha sido lineal durante toda mi vida (es decir, siempre me ha molestado la mayoría de la gente, el nihilismo, la gente vacía me ha puesto de los nervios) pero la verdad es que no era así, porque la experiencia es un grado y porque no hay experiencia vital como tener hijos para darse cuenta que la vida no es como uno se imaginaba, ni siquiera se le acerca, y que uno no es como cree ser. Mi padre decía que la vida se asemejaba a andar por la calle y que saliera un hijo de puta de detrás de un seto a molestar cada dos o tres pasos. No alcancé a comprender el sentido de esa frase hasta que me hice adulto (me hice adulto hace dos años y medio) porque yo desde que comencé la adolescencia odiaba a mis padres por su egoísmo, por no permitirme estudiar una carrera en una privada o el curso de piloto (dos de las cosas a las que mi mente infantil daba importancia en aquel momento, por mi poco conocimiento del mundo) pero Dios y la vida tenía otro destino para mí. Desde que me hice adulto pido perdón a mi padre todos los días al despertar antes siquiera de levantarme de la cama. Que mundo tan hermoso y a la vez tan horrible, pardiez. 

Mi primera novia era mayor que yo, más guapa y obvia decir que iba dos pasos por delante mía en la vida. Cuando enfermé mi padre no sabía ni siquiera que existía, y en aquel tiempo no existían medios de comunicación para avisar sino de teléfono fijo a teléfono fijo. Al tercer día sin saber de mí llamó a la puerta de mi casa. Mi padre primero dijo que yo no vivía allí, por miedo al terrorismo. Luego afirmó que estaba mintiendo porque su hijo no tenía novia, y después la dijo amablemente que se fuera, cerrándole la puerta en las narices (y llamándole de usted) Ella volvió a llamar e iracunda (su estado natural cuando no se hacía lo que ella quería) insistió hasta que consiguió verme.  (Eso es lo que cuenta ella)

A los padres parece importarles mucho que le presenten mucho a sus parejas y a los adolescentes les parece una locura, tanto como que ahora me parece una locura estar bailando a las tres de la mañana y a mi yo adolescente era idea de felicidad (habiendo un buen sofá y un buen libro, mientras mi hijo hace puzzles que necesidad) me avergoncé bastante de mi padre en ese momento (ni sería el último ni el más grave) pero he de reconocer que los padres son de la tierra y los hijos de la luna. Al presentar a alguien le damos la categoría de definitivo, algo que en la adolescencia que no es sino la búsqueda eterna nos parece terrible, porque nos sentimos seres inmortales con ojeras y muchísimo sueños por cumplir. 



viernes, 15 de noviembre de 2024

Badajoz

La oscuridad va atada al silencio y está a su vez a los escalofríos de la espalda. En pocos lugares del mundo se puede alcanzar un silencio casi absoluto, hasta escuchar la vibración del Big Bang, ese zumbido que nos recuerda que el universo está en continua expansión. Trato de dejar la mente libre para activar la máquina del tiempo del cerebro, esa que te muestra recuerdos aleatorios que se encuentran escondidos en una canción, en una imagen o en un objeto. Momentos que perduran, que deseamos borrar pero que persisten en la memoria que nadie sabe donde está. 

Acababa de ser mi cumpleaños. Noviembre no estaba siendo un mes especialmente diferente del resto: Días cortos y grises, personas grises, ir y venir en maniobras simulando una guerra que jamás iba a suceder.

 Un día formamos por la mañana y nos metieron en un camión. De nuevo nos dijeron sólo que era una emergencia nacional. Habíamos escuchado las noticias de Badajoz, pero sonaban lejanas, ruido de fondo de la radio por la mañana. Un compañero que había gastado todo el saldo del mes en un móvil Airtel llamó a su novia sólo para decirle que la quería, como si fuéramos a la guerra. Decía que con el dramatismo la relación mejoraba a su favor, como una declaración de la renta a devolver.

Cuando llegamos a Badajoz el paisaje era, en efecto, todo lo que esperábamos de un escenario de guerra. Al entrar en una de las calles nos recibió una abuela desde el tejado de su casa, de donde se negaba a bajar. En el suelo, lodo, muebles y coches, todo hecho un burruño, como si fuera el cubo de Rubik de un ser maligno. El Arroyo Calamón había comido todo a su paso. Voraz, había destruido una veintena de vidas de las que cuatro seguían sin aparecer.

Nadie quería bajar del camión porque nos dimos cuenta enseguida para qué estábamos allí. Enfundados en nuestros guantes y trajes NBQ empezamos a buscar entre escombros, mientras la abuela en cuestión seguía atrincherada y nos daba indicaciones:

—Por ahí ya han buscado.
—Señora, ya puede bajar, no se preocupe.

Pero no podía bajar. Tenía más de ochenta años y el arma más poderosa que existe, el miedo, la había paralizado.

- Buscad debajo de los pretile - gritó

Efectivamente, un amasijo de ramas y barro estaban ocultos bajo el pretil del puente. Lo movimos entre varios y despejamos las ramas hasta que unos zapatos asomaron. Todos nos echamos para atrás asustados y el silencio apareció en una lengua de viento.