miércoles, 17 de junio de 2015

Soy Amor

En uno de los mejores veranos de mi vida, dispuse de 3 meses para hacer lo que quisiera. La libertad es felicidad. 

Y estaba ella. 

Ella se mantenía ausente seis días por semana, y su día de descanso era mi día de placer. Llamaba a mi puerta con golpes suaves y comenzaba un ritual que se repitió durante semanas y meses: Traía el desayuno y la pasión hacía el resto. Entre acto y acto recalentaba el café. Nunca me pregunto que éramos ni hacia donde iba nuestra relación. Que relación. Un día a la semana su cuerpo se fusionaba con el mío en una armonía perfecta, sin hablar de si misma demasiado, sin dar detalles. "Eres amor" musitaba entre caricias. "No se que significa eso" respondía yo.

Por supuesto que lo sabía.

El verdadero amor puede causar congoja por ausencia, pero no dolor. El verdadero amor se disfruta
en pequeñas dosis, en momentos breves e irrepetibles. Y yo tenía la capacidad de reproducir ese efecto y de amar con esa libertad. No todo el mundo puede -pero esto lo descubrí más tarde- La mayoría siente el amor como una exigencia, como algo que le corresponde por derecho, como quien firma un contrato. Ella no hacia desayunos, los traía y antes del siguiente desayuno había desaparecido de mi lecho. Nunca pregunté hacia donde iba ni porque no quería compartir conmigo
dos desayunos seguidos, por miedo a que la magia se rompiera. 

Podría ser egoísta. Podría decir que ella ponía las reglas del juego y que yo era una simple ficha en un tablero imaginario. No. Ella buscaba mi amor sin condiciones y yo sin condiciones se lo entregaba. Que difícil es eso, constaté años más tarde. 

Comenzó su último año de Universidad, y -rompiendo las mismas reglas que ella misma había impuesto- Me invitó a desayunar en la cafetería de la facultad. Apareció sonriente, con bata blanca y gafas. Le devolví la sonrisa, pero no pasé de ahí. 

Ella, con ese simple gesto, comenzó la normalidad que destruyó todo: Hice preguntas abiertas y ella respondió dándome explicaciones de su vida. Explicaciones largas y cargadas de detalles innecesarios y poco interesantes, que nada tenían que ver con el amor. De repente, me di cuenta que estaba hablando con una completa desconocida y que aquella conversación no me interesaba en absoluto. De toda su plática, sólo fui capaz de captar que al día siguiente se iba a Toledo a casa de sus padres. Probablemente volvió de aquel corto viaje, pero no la volví a ver. 

Ella no quiso contactar, consciente quizás de que la magia había durado un verano. Un verano en pequeñas dosis de 8 horas una vez por semana. Y sin darme cuenta, nos habíamos curado los dos del amor mutuo. 

Había que buscar otro amor, y otro trata-miento. Porque soy amor. 


martes, 9 de junio de 2015

El Disco Azul

Recuerdo el Disco Azul.

El primer recuerdo discográfico del que fui consciente fue el disco azul de los Beatles. Mi padre lo tenía en una cinta blanca con letras azules y el dibujo de una manzanita. Lo ponía aproximadamente unas 3 veces por cada viaje largo en coche. Por alguna extraña razón, un buen día dejó de ponerlo hasta un frío 8 de agosto de 1987. Habíamos cruzado Europa en un coche de alquiler desde Conil de la Frontera hasta Munich. Dos mil setecientos cincuenta kilómetros en apenas 3 días. Podíamos haber ido en Avión, pero mi padre decidió que aquello tenía que ser una experiencia vital para mí, con lo cual alquiló un Ford Sierra, llenó el maletero de Queso Manchego, Aceite de Oliva y una pata de jamón serrano -parecíamos contrabandistas- y allí comenzó la andadura, que termino el indicado día ocho de agosto.

Tras llegar de madrugada, la sorpresa se hallaba en el garaje de aquel piso inmenso. Un Opel Kadett Tiffany Azul metalizado. Mi madre se quedó dormida y mientras mi padre me llevó a darme una vuelta con el coche de Moda. Al arrancar, la cinta se puso en marcha. Fue como si me hubiera estado esperando durante años. Por eso, para mi Munich es Penny Lane, Strawberry Fields forever´, Come Together. La primera vez que fui por una autopista sin limitación de velocidad y la primera vez que fui consciente de la música que oía, me sabía las letras y las recitaba como si fueran canciones de la iglesia. En Alemania mi padre compró la discografía completa de los Beatles:

Living is easy with your eyes closed,
misunderstanding all you see

martes, 2 de junio de 2015

I need your love




¿Necesitamos el amor por las canciones? ¿Nos hacen las canciones amar? Mis amores siempre empiezan en otoño y terminan en verano, después de varios ciclos. Al recuperar la libertad sientes, a la vez, alivio y congoja. La incertidumbre se alivia entre copas de vino con amigos. Las risas inundan la estancia al intercambiar experiencias, experiencias que se repiten, una y otra vez, en la boca de los comensales, como el bolero de Ravel. La misma melodía a distintas escalas. Mujeres que te acusan de haberlas dejado embarazadas sin haber estado embarazadas y, a veces, sin haber mantenido relaciones. Mujeres que amenazan con el suicidio si las dejas. Mujeres que forcejean con tu móvil para ver los mensajes, buscando infidelidades. Hablo con Manuel y Oscar, dos viejos amigos cuyo tema de conversación siempre termina siendo el mismo. Frustados, divorciados no de las mujeres sino del amor, en el que vuelven a caer una y otra vez. Me invitan a que les acompañe a un club a seguir con el alterne, y yo insisto que no puedo, que quien de putas gusta y zapatos gasta, siempre va descalzo y nunca tiene nada. Repetimos el consejo de mi viejo, como si fuera un mantra. "¿Por qué pagar para vestir a una mujer cuando puedes pagar por desvestirla?". Nunca lo he aplicado, pero lo entiendo muy bien y me voy a dormir. Cuando, con ocho años descubrí  que mi padre mantenía una relación con nuestra casera, una mejicano-alemana pelirroja y de ojos verdes y profundos, los miré sin entender. Ella estaba sentada en el mueble de la cocina, y el la abrazaba mirándola a los ojos. Mi madre estaba trabajando, y yo miré un sólo segundo y volví a mi habitación. Había ido probablemente a buscar alguna confirmación infantil de esas que piden los niños a sus padres. Horas después, cuando le pregunté a mi padre, el contesto, "Niño, cuando seas adulto comerás huevos". Años después, cuando en mi primera relación estable, y tras años de relación, me enamoré de otra mujer (en mi caso, sin tomar ninguna acción, tan sólo sufrir en silencio) comprendí las palabras de mi padre, y le llamé al teléfono -Nunca respondía- Horas después me llamó el. Estaba lejos -Como casi toda mi vida- Pero sus consejos solían ser bastantes acertados.

- Te ha entrado por los ojos, nos pasa a todos, y te cansas de hacer el amor con la misma mujer. También nos pasa a todos.

- ¿Entonces, por qué la gente se casa, Father? ¿Siempre es así?

- No hijo no, siempre no es así. Pero las parejas que encuentran su media naranja las sacan hasta por televisión. Con las mujeres nada es fácil. Hazme caso.

Y el cabrón del viejo tenía razón.