Tengo el mal de Wanderlust, la necesidad de recorrer el mundo sin orden ni concierto. Y así acabé en el Palmeral de Elche, un Paraíso tropical en la península Ibérica. Y en el Huerto del Cura, un lugar para el descanso de los sentidos. Cuando sales del recinto y caminas por la ciudad, comienzas a tener la necesidad de volver a él, una Heimweh, un echar de menos el lugar de origen.
Caminar entre la naturaleza es como escuchar una opera de Mozart. como el primer abrazo con la mujer amada, como los besos dados en la oscuridad que evitan sentimiento de culpa. Una vez recorridos a pie varios kilómetros, rodeado tan sólo por el cántico de los pájaros y el susurro de tu amada, puedes sentarte, cerrar los ojos y comenzar una breve meditación, tras la cual sacar como conclusión -por ejemplo- lo estúpidos que somos los humanos, que hemos construido kilómetros de asfalto para luego huir a la naturaleza en nuestros momentos de reposo. Es como si fuéramos a buscar el amor perfecto sólo los fines de semana. Este mundo está lleno de ruido -literal y figurado- , y huimos de él constantemente: Los monasterios budistas tienen normas más estrictas que una cárcel, y sin embargo hay listas de espera para entrar. Yo no podría -tan amante como soy de la libertad y de los espacios abiertos- pero entiendo muy bien la huida de esos llamados occidentales y la necesidad de encontrarse a sí mismos, en un mundo donde la dureza del asfalto tiene más valor que la bondad de los sentimientos, y donde la búsqueda de la felicidad no parece un objetivo a seguir, llegando al punto de no ser capaces de apreciar algo tan hermoso como el Duettino Sull'aria de las Bodas de Figaro.
https://www.youtube.com/watch?v=CQ8ZHilxdm8
Y volver a esa necesidad de descanso pasando también por el estómago. Crear una atmósfera reconfortante en un restaurante está verdaderamente al alcance de unos pocos. Los Oasis existen, pero primero hay que crearlos en la mente del comensal. Así es como en el Huerto del Cura una simple paella de verduras y unas almejas parecían no ser de este mundo. Una experiencia culinaria de primer orden con sencillos ingredientes.
La vida esta llena de sabores sencillos, pero hay que saber encontrarlos.
Caminar entre la naturaleza es como escuchar una opera de Mozart. como el primer abrazo con la mujer amada, como los besos dados en la oscuridad que evitan sentimiento de culpa. Una vez recorridos a pie varios kilómetros, rodeado tan sólo por el cántico de los pájaros y el susurro de tu amada, puedes sentarte, cerrar los ojos y comenzar una breve meditación, tras la cual sacar como conclusión -por ejemplo- lo estúpidos que somos los humanos, que hemos construido kilómetros de asfalto para luego huir a la naturaleza en nuestros momentos de reposo. Es como si fuéramos a buscar el amor perfecto sólo los fines de semana. Este mundo está lleno de ruido -literal y figurado- , y huimos de él constantemente: Los monasterios budistas tienen normas más estrictas que una cárcel, y sin embargo hay listas de espera para entrar. Yo no podría -tan amante como soy de la libertad y de los espacios abiertos- pero entiendo muy bien la huida de esos llamados occidentales y la necesidad de encontrarse a sí mismos, en un mundo donde la dureza del asfalto tiene más valor que la bondad de los sentimientos, y donde la búsqueda de la felicidad no parece un objetivo a seguir, llegando al punto de no ser capaces de apreciar algo tan hermoso como el Duettino Sull'aria de las Bodas de Figaro.
https://www.youtube.com/watch?v=CQ8ZHilxdm8
Y volver a esa necesidad de descanso pasando también por el estómago. Crear una atmósfera reconfortante en un restaurante está verdaderamente al alcance de unos pocos. Los Oasis existen, pero primero hay que crearlos en la mente del comensal. Así es como en el Huerto del Cura una simple paella de verduras y unas almejas parecían no ser de este mundo. Una experiencia culinaria de primer orden con sencillos ingredientes.
La vida esta llena de sabores sencillos, pero hay que saber encontrarlos.
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