Era una voz en la lejanía. Podría abrir los ojos, pero sintióme sin fuerzas. Mi mente sólo recordaba aquella mujer, su pestañear, su cuerpo. Sentí un tremendo pinchazo, que no parecía ser fruto del amor: Debía de tener no menos de una costilla rota y algo de fiebre. Es el querer despertar sin poder hacerlo una de la mayores angustias que un soldado puede sufrir, envuelto por una sensación de indefensión absoluta. ¿Donde estas, amor mío? ¿Hacia donde se dirigían tus pasos cuando te perdí de vista?
"Debéis de olvidarla, mi señor. Hablasteis de ella en sueños, sé que me escucháis. Si no lo hacéis perderéis la concentración, y creedme, es lo último que os conviene en estos momentos. Seguid descansando"
Olvidar, como si el amor no fuera un rayo que parte en dos el cuerpo e impide respirar. Que más quisiera yo que olvidar aquel otoño de hojas secas, aquel crepitar de la chimenea iluminando nuestros cuerpos desnudos, mientras hablábamos del fin del mundo, tristes por no poder vernos más. Antes sería capaz de olvidar mi propio nombre. Concentración ¿Para qué? Si ni siquiera sé donde estoy ni como he llegado a este estado. Iba a replicarle pero apenas podía pronunciar las palabras: Sólo sentía dolor y cansancio. Lloré, o eso creo. Y me quedé dormido recordando la sonrisa de mi amada.