viernes, 31 de julio de 2020

Café de amor





Leí tu mensaje tarde, en la oscuridad del silencio, en el silencio de la noche, mientras se agolpaban tristes mis recuerdos, en el instante justo que toqué suelo en mi melancolía. Me dices que mañana estarás en la ciudad. Tras la sonrisa entre lágrimas, el descanso por la emoción. 

Te espero en la recepción de tu hotel, demasiado tarde para una reunión de trabajo, demasiado temprano para comer, perfecto para tomar un café. Me invitas a tomarlo en tu suite. Ya en el sofá me pides que te recite la colección de palabras que te escribí la última vez que nos vimos: Me dijiste que no te irías sin tener alguna prueba por escrito de nuestro encuentro, como cuando miras fotos de antiguas parejas años después del último beso, a escondidas, sólo por su belleza. Me das la servilleta y comienzo a leer. A la mitad te quitas el sujetador con habilidad, y la habitación, gélida, endurece tus pezones bajo la camiseta. Más hermosa que nunca me abrazas antes de terminar mi lectura, y cuando mi erección alcanza el máximo deseo, comienzas a besarme. Tus besos se interrumpen para pedirme que te siga susurrando palabras al oído y yo no paro de hablarte despacio, como si fueran caricias en el alma. Después, buscas el abrigo en mi, y el silencio se convierte en el verdadero termómetro de los sentimientos, esos que se tienen libres, sin exigencias, sin posesiones: Los celos son para las parejas y tu y yo somos dos espíritus que vuelan libres, que se desean y aman cuando coinciden en el mismo aeropuerto. "¿Que estamos escuchando?" preguntas. "Träumerei, de Schumann. Soñando". "Me encanta, así estoy yo ahora, soñando despierta" y te haces la dormida en mi regazo. "La verdad es la que la compuso su mujer, Clara Schumann. se amaban con locura. Tuvieron ocho hijos, y cuando el murió tuvo que seguir tocando y componiendo para alimentarlos". Haces un ruido casi imperceptible para indicar que me estas escuchando cuando, en verdad, caíste en brazos de morfeo. Me separo de tu cuerpo con cuidado y dejo la estancia bajo una preciosa Lied de Strauss. La voz de la soprano tapa la torpeza de mi huida, que resultaría cómica a tus ojos. Y tras comprobar que la nota que te he escrito se halla en un lugar visible, vuelvo a la vida que me ha tocado vivir, hasta la próxima coincidencia.

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