Taifa de Almería, año de nuestro señor 1147
Con vos me cansé de dar la llave de mi corazón. Y eso que parecíais ofrecer el doble que todas las anteriores. Siempre que beso unos labios nuevos, me pregunto a cuantos habrán mentido hasta llegar hasta los míos. Cuantas promesas de amor eterno, a cuantos pedisteis inmortalidad mientras los matabaís a disgustos, a traiciones. Mientras dichas penas me revuelven el estómago, yo, caballero del reino de Aragón, que recibe las órdenes directamente de nuestro señor Ramon de Berenguer en amparo de la II cruzada, voy en dirección Almería, donde nos esperan las tropas de la República Mercantil de Génova para recuperar la ciudad. El enemigo de mi enemigo es mi amigo, le dijeron a mi señor. Y la flota Almeriense amenazaba al comercio genovés. Se trataba de una simple cuestión de competencia, excusado bajo el principio de cristianizar, pues todo el mundo sabe que cristianizar para mi señor es quitar las vidas de inocentes. Los genoveses desembarcarán en el Cabo de Gata y acabaran con todo lo que parezca no cristiano. Sus tropas cantan, ondeando el pendón entregado por el papa a los templarios. Mi compañero de batallas se interesa por mi estado, se me vé muy pálido -dice - y cabalgo demasiado inclinado. Le digo que no se preocupe, que he luchado en Tierra Santa, y mi señor sabe bien que no le temo al desierto que cruzamos, como no temo a nuestros enemigos, tal es la alianza que tenemos con los genoveses y castellanoleoneses. Es la ausencia de una mujer y su traición lo que me mi alma corroe. Por mis pensamientos pasan las imágenes de su cuerpo desnudo -de proporciones perfectas, de cabello y profundos ojos negros, de pecho generoso, de mirada pícara- y la desazón se apodera de mi como nuestras tropas se apoderarán del Palacio de Almotacín. Pero lo que en verdad los genoveses quieren es destruir los diez mil telares de la ciudad. No les interesa ni la religión ni los palacios, sino el dominio del comercio de la seda. Como vos no estabaís interesada sino en mi saco de monedas de oro, mientras mi corazón latía por cada mirada vuestra, por cada gesto. Cabalgo sobre las mentiras que cuenta mi señor para silenciar para siempre las voces de los habitantes del mayor puerto del Mediterraneo y sobre las mentiras que vos me dijisteís cuando nos amábamos en la oscuridad de la noche, que silenciaron toda esperanza depositada en mi corazón. Y mientras reflexiono que este mundo es una gran mentira y que todo en lo que creí no tenía verdadero sentido, avisto a lo lejos la Alcazaba, donde aparecen secos los árboles, donde me espera mi destino.
No hay comentarios:
Publicar un comentario